jueves, 26 de febrero de 2009

El platillo volante



Estando de vacaciones un verano en casa de mis padres en Ariño, mi esposa rompió accidentalmente un plato de duralex. Mi madre le quitó con insistencia cualquier importancia al asunto, mientras mi padre observaba atentamente la jugada. Aquella tarde fuimos a la huerta y ¡casualidad de casualidades!, encontramos en un ribazo, sobre el lastón, un plato exactamente igual al roto. En lugar de dejarlo donde estaba, que hubiera sido lo normal, mi padre lo cogió y volvimos con el plato a casa al atardecer. Al llegar, mi padre mostrándole el plato a mi madre, le dijo que María lo había comprado en compensación por el roto. Mi madre montó en cólera y arrebatándole el plato a mi padre abrió la ventana y lo tiró al corral oyéndose un sonoro estallido y el cacareo asustado de las gallinas, mientras mi esposa le perjuraba que no lo había comprado y que todo era una broma de mi padre (que sabía perfectamente lo que haría mi madre al ver el plato). ¡Pues no hubo manera de convencerla de que lo habíamos encontrado en la huerta! Mi madre decía: “Sí, ¡allí iba a estar el plato esperándoos a vosotros!”, como queriendo indicar que tal circunstancia era demasiado casual para poder creerla. El caso es que nunca pudimos convencerla de lo que realmente pasó y ella se quedó con su idea.

A veces hay hechos reales que son perfectamente increíbles.

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