domingo, 1 de marzo de 2009

El jarabe de palo


Esto lo contaba mi padre, y supongo que solo es una especie de chascarrillo, aunque muy bien ambientado:

El mozo había trasnochado y por la mañana, muy temprano, estaba todavía durmiendo en la pajera cuando su padre se le acercó para intentar despertarlo. El hijo dijo con voz quejumbrosa:

–Padre: ¡Qué mal me encuentro! ¡Qué mala gana tengo!

El padre, quitándose el cinturón, comenzó a pegarle con él, diciendo:

– ¡Fuera mala gana de mi chico! ¡Fuera mala gana de mi chico! propinando al virus “mala gana” el castigo apropiado para que el chico quedase curado.

La pajera en Ariño era un contenedor de paja, hecho de obra de albañilería y adosado a las paredes, en la cuadra donde pasaban la noche las caballerías. Aquella era, en muchos casos, la cama donde dormían los chicos que ya eran mozalbetes, hasta que les llegaba el día de casarse. Como la paja que constituía el colchón era también el alimento (mezclándolo con algún cereal como cebada, avena, o centeno) de las caballerías compañeras de dormitorio, no era raro encontrarse, al despertar, con la imagen de la cabeza de una o de varias de ellas atraídas por el olor de la paja. Entonces los olores de las cuadras se consideraban normales, o ecológicos que diríamos ahora. Conviene precisar que las chicas no dormían en la pajera porque se tenía esa atención con ellas. Añadiré, para terminar, que las pajeras en invierno tenían la ventaja de ser lugares templados por las abundantes calorías que proporcionaban las caballerías. Con frecuencia eran las únicas habitaciones algo templadas de las casas.

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