El siguiente relato que no se refiere a un hecho sucedido realmente sino que, sin lugar a dudas se trata de un chascarrillo, lo contaba mi tío Antonio “el Morel” q. e. p. d.
Al parecer hubo una vez un hombre, padre de familia, que tenía la rara particularidad de no enfadarse nunca. Hay que decir que esta condición no le era del todo conveniente, ya que algunas veces le hacían faenas a sabiendas de que no habría una justa reacción, y otras lo ponían a prueba para ver hasta donde llegaba su pacifismo. De forma que, si bien no sufría los perjuicios propios del enfado, tenía los inconvenientes derivados de no enfadarse, aunque estos a él le trajeran sin cuidado.
En cierta ocasión, en época de siega, a un hijo suyo se le ocurrió hacer algo que sin duda conseguiría enfadarle y convertirlo en una persona normal. Así que después de segar varias personas todo el día “a lomo caliente”, recogieron los fajos haciendo una gran fajina; y cuando los segadores estaban aliviando un poco el cansancio, el hijo sacó las cerillas y le pegó fuego al producto de la siega. La mies seca arde con facilidad; de manera que, en pocos segundos, aquello fue una enorme hoguera. El hijo supuso que esta vez su padre se pondría rojo de ira; sin embargo cuando éste vió las llamas en aquel ya fresco atardecer, se acercó a la hoguera y solamente dijo:
–¡Una calentadica en cualquier tiempo es buena!
Así que la “medicina” tampoco hizo efecto esta vez, quizá porque la enfermedad del padre debía de ser incurable.
El caso es que, en Ariño, al encender fuego en el campo, era frecuente que alguien dijese: “¡Una calentadica en cualquier tiempo es buena!”, recordando el chascarrillo al que se refería con frecuencia mi tío Antonio.
Al parecer hubo una vez un hombre, padre de familia, que tenía la rara particularidad de no enfadarse nunca. Hay que decir que esta condición no le era del todo conveniente, ya que algunas veces le hacían faenas a sabiendas de que no habría una justa reacción, y otras lo ponían a prueba para ver hasta donde llegaba su pacifismo. De forma que, si bien no sufría los perjuicios propios del enfado, tenía los inconvenientes derivados de no enfadarse, aunque estos a él le trajeran sin cuidado.
En cierta ocasión, en época de siega, a un hijo suyo se le ocurrió hacer algo que sin duda conseguiría enfadarle y convertirlo en una persona normal. Así que después de segar varias personas todo el día “a lomo caliente”, recogieron los fajos haciendo una gran fajina; y cuando los segadores estaban aliviando un poco el cansancio, el hijo sacó las cerillas y le pegó fuego al producto de la siega. La mies seca arde con facilidad; de manera que, en pocos segundos, aquello fue una enorme hoguera. El hijo supuso que esta vez su padre se pondría rojo de ira; sin embargo cuando éste vió las llamas en aquel ya fresco atardecer, se acercó a la hoguera y solamente dijo:
–¡Una calentadica en cualquier tiempo es buena!
Así que la “medicina” tampoco hizo efecto esta vez, quizá porque la enfermedad del padre debía de ser incurable.
El caso es que, en Ariño, al encender fuego en el campo, era frecuente que alguien dijese: “¡Una calentadica en cualquier tiempo es buena!”, recordando el chascarrillo al que se refería con frecuencia mi tío Antonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario