Me parece estar viendo la cara de mi madre, viva estampa del regodeo, contando que un día al anochecer estaba un poco preocupada porque yo, que por aquel entonces era un chaval, no daba señales de vida siendo ya la hora de cenar; así que le preguntó a un chico un par de años mayor, si me había visto en alguna parte. Aquel chico le contestó atropelladamente: “El Salvador está en la plaza. ¡Lo he visto mí...!” Mi madre al recordar esta expresión se reía tan a gusto que contagiaba a los oyentes, sin darse nadie cuenta de que, en cuanto a incorrecciones lingüísticas, veíamos muy fácilmente la paja en el ojo ajeno y con dificultad la viga en el propio, como sucede con muchos otros defectos.
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