lunes, 29 de junio de 2009

La cultura del pan en Ariño (IV)

En Ariño todos los trillos eran muy parecidos y bastante simples. Pesarían unos 50kg y tenían forma más o menos rectangular. Estaban hechos con varias tablas gruesas de muy buena madera, curvadas ligeramente hacia arriba en su parte anterior, muy bien ensambladas, y unidas por dos fuertes travesaños cuadrados, también de madera, atornillados en la parte superior. En la parte de abajo llevaban multitud de alojamientos rectangulares, en los que había, insertadas a presión, piedras pequeñas de pedernal con aristas, que hacían el efecto de cuchillas. De vez en cuando había que repasar el trillo y reponer las piedras que se habían embotado o desaparecido. Además de las piedras solían llevar varias sierras de acero y cuatro ruedas, también de acero, de unos 6cm de diámetro, afiladas de forma apropiada para ejercer el efecto cortante deseado.

Antes he dicho que estos eran trillos simples, porque en alguna parte he visto trillos de aquella época que son verdaderos alardes, con multitud de artilugios de hierro salientes por todos lados. Supongo que debían de ser eficaces, pero no sé si yo me hubiera subido a uno de estos aparatos sin que alguien me convenciese totalmente de que era menos peligroso de lo que parecían.

Encima del trillo se situaba el cabeza de familia, con el látigo en la mano y, comprobando que todo era correcto, se daba la orden de marcha y a dar vueltas y vueltas, arrastrando los burros al trillo y al ocupante. Después de dar media docena de vueltas se cedían las riendas a los chicos, que ya estábamos reclamándolas.

Al principio las caballerías iban a buen paso e incluso al trote. Más tarde, por cansancio, aburrimiento, calor o por mareo, iban bajando la velocidad y si no se les amenazaba continuamente, llegaban a pararse descaradamente y, para más ignominia, se ponían a comer en la parva. Esto solía ocurrir cuando el trillador era una chica, o un chico de pocos recursos. Resuelto este incidente y otros parecidos y a puro de vueltas y de sol, se iban, poco a poco, troceando las pajas y desgranando las espigas, que es lo que con todo este montaje se pretendía.

Normalmente se trillaba con un solo trillo, pero alguna vez se ponían dos en paralelo, uno ocupado por el trillador y el otro lastrado con un peso. El control de la operación era más difícil y fuera por esto, o porque era un lío tener dos trillos, el caso es que esta modalidad de trilla raramente se practicaba.

Los chicos participaban con gran entusiasmo en la trilla, porque les gustaba muchísimo, ya que se trataba de una especie de tiovivo ecológico muy divertido. Por otra parte además de divertirse eran de gran ayuda, porque mientras ellos trillaban, los mayores, horca en mano, iban dando vueltas a la parva, es decir haciéndole una especie de peinado a rayas paralelas. Con estas maniobras iban saliendo a la superficie las pajas largas, que se “escondían” del trillo en la parte inferior de la parva.

Todo el mundo bebía mucha agua en el botijo y, a media mañana aparecía la dueña de la casa con el almuerzo, era recibida con gran algazara y regocijo, y se reunían los comensales en un esquina de la era, mientras el más sacrificado, que solía ser el padre y muchas veces la madre, seguía trillando hasta que le tocase su turno de desayuno, es decir cuando acabasen todos los demás.

Cuando el experto, es decir el cabeza de familia, consideraba que la parva estaba suficientemente trillada, se daba la orden de parar las caballerías, las que por una vez obedecían inmediatamente. Se desmontaba el tinglado de trillar y se procedía a amontonar la parva, lo cual requería el uso del rastro y de unas escobas especiales hechas con ontinas, que eran arbustos de ramas finas y flexibles bastante resistentes. Estas escobas no tenían mango de palo como las que se utilizan en las casas, por lo que había que escobar agachados, sujetándolas con ambas manos a la vez, sufriendo bastante los riñones (o más propiamente las vértebras lumbares). Como en esta labor de amontonamiento participaban normalmente varias personas, por suerte se acababa en poco tiempo, obteniendo finalmente un montón cónico de unos 2m de altura de una mezcla de paja y grano, y otro más pequeño de arcilla en polvo y grano que llamábamos “el solar” (resultado del barrido), que se situaban en un puntos estratégicos de la era, elegidos de acuerdo con el viento dominante de la zona.

El programa de la trilla era trabajar hasta el mediodía aprovechando bien el calor del sol, recoger la parva, ir personas y animales a comer a casa, y por la tarde, sin pérdida de tiempo, volver a la era para aventar. Este programa podía tener variaciones en función del gusto y circunstancias de cada uno, así que al expuesto podemos llamarle programa tipo.

Para aventar, que así se llamaba al proceso de separar el grano de la paja, era necesario que hiciera buen viento (ni escaso ni excesivo y en buena dirección y sentido) cosa que, por raro que parezca, casi siempre sucedía. Con ayuda de las horcas que eran, por así decirlo, como unos tenedores gigantes de cuatro púas, que al parecer se obtenían (dondequiera que las fabricasen) de ciertos árboles a base de cortar las ramas apropiadas y darles la forma conveniente, se iban tirando al aire las horcadas de paja mezclada con el grano, cayendo este casi vertical, y separándose la paja arrastrada por el viento. Por este procedimiento físico elemental repetido una y otra vez, se conseguía la casi total separación entre el grano y los elementos de menor densidad, como el polvo, la paja, y un variado grupo de partículas indeseables.

Cuando se había separado la casi totalidad de la paja, y reducido por tanto considerablemente el tamaño del montón inicial, se seguía aventando con pala de madera, y finalmente, utilizando cribas y porgaderos, que son tamices circulares con borde de madera, se completaba la separación total. Esta fase final de separación de piedras, cachurros, pajas y demás contaminantes, era la especialidad de las mujeres, ya que requería mover los tamices con un cierto garbo, y los hombres tenemos que reconocer que por lo general somos un poco desgarbados.

Entretanto la paja que había ido arrastrando el aire al aventar, se iba poco a poco acumulando en la era y, utilizando un rastro, se amontonaba en la boquera del pajar, que había sido abierta previamente retirando las piedras que la taponaban. Sirviéndose de una horca se traspasaba fácilmente al interior, donde quedaba almacenada. De allí se iría retirando saco a saco a lo largo del año, para ser empleada en gran número de aplicaciones, en las cuales era prácticamente insustituible. La operación de separación del trigo del montón al que según hemos dicho llamábamos solar se hacía al final, para no contaminar a la paja con el abundante polvo de arcilla resultante del barrido de la era.

Con el grano bien limpio obtenido a base de unos cuantos ciclos de criba y porgadero, se iban llenando las talegas y generalmente al anochecer, siempre con la ayuda de las caballerías, usadas una vez más como medio de transporte de cargas pesadas, se llegaba con las talegas a casa. Entonces había que subirlas al granero, que estaba en el piso superior de la vivienda, donde menos humedad había. Las operaciones de carga, descarga y subir el trigo al granero correspondía a los hombres, porque se requería mucha fuerza. El caso es que con estos esfuerzos algunos terminaban herniados, y además para siempre, ya que la operación para reparar la hernia era desconocida, al menos en mi pueblo.

Las talegas se vaciaban en el granero y allí quedaba el trigo, lo más desparramado posible, en espera de sus futuros traslados.

La trilla se realizaba, en la forma descrita, todos los días seguidos que fuesen necesarios según la importancia de la cosecha, y al final de estas operaciones todo el grano quedaba a buen recaudo, extendido en el granero.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En la tierra de mis abuelos, Cartagena la labor era igual, yo así la recuerdo, cuanto trabajo,da la impresion que con el trabajo propio y ocupando todo el dia, solo podias producir lo que necesitaba tu familia a duras penas.

Salvador Macipe dijo...

Apreciado Anónimo de Cartagena, en tu comentario defines exactamente la situación generalizada en aquella época: trabajo al máximo sin descanso, para cubrir al mínimo las necesidades de la familia. Ni siquiera sobraban el tiempo y los recursos económicos necesarios para hacerlo más productivo y menos pesado. Existía también el inconveniente de que en el ambiente había como una resignación a seguir siempre igual, con un temor reverencial a cambiar algo que se había venido haciendo así desde sabe dios cuando. Posiblemente esta labor de evolución pudieron haberla hecho bien los maestros (que eran los que reunían las condiciones necesarias para ello) que, además de enseñar las cosas básicas, quizá debieron fomentar una actitud innovadora y emprendedora en los alumnos. No quiero criticarlos por no haberlo hecho, ya que bastante trabajo tuvieron con enseñarnos lo que pudieron y además “a toro pasado” se ven muy fáciles las soluciones de los problemas antiguos. Ahora aquello ya no tiene remedio, pero siempre puede servirnos de aprendizaje para el futuro.
Me alegro de que leas mis relatos y agradezco que te hayas decidido a hacer un comentario tan sensato.
Un cordial saludo.

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