miércoles, 10 de junio de 2009

MIS MAESTROS -Don Paco-

A mitad del curso escolar 1947-1948, al comienzo del cual acababa de cumplir diez añetes, apareció por el pueblo don Paco, que venía a sustituir a don Miguel. El nuevo maestro llegó a Ariño acompañado por su esposa y por un hijo de ambos de unos siete años, y se instalaron en un piso arrendado en una casa del barrio Bajo.

Don Paco, que tendría casi 35 años, nos sorprendió porque, aunque era alto, elegante y bien parecido, tenía un tic en los ojos que le hacía parecer un hombre raro que daba pena en ciertos momentos, cuando los movimientos convulsivos de exagerado parpadeo que le aparecían con frecuencia nos dejaban a todos mirándole, esperando ver cuando se le pasaban.

Tenía unos andares más sueltos que don Miguel y era también un fumador empedernido que agotaba su cupo de tabaco de la cartilla de racionamiento y me mandaba, durante el horario de clase, a comprarle algún que otro paquete de “ideales” a casa de una señora que los vendía de estraperlo.

En fin, don Paco no daba la imagen de ser una persona tranquila y segura de sí misma como los maestros precedentes, sino que parecía, nada más conocerlo, un hombre nervioso e inestable.

En clase siguió unas rutinas de enseñanza parecidas a las de don Miguel y también me sirvieron para mantener frescos los conocimientos adquiridos con don José, aunque ciertas cosas, como el álgebra, los problemas gráficos sobre móviles y algunas más, ya no volvimos a verlas. El criterio sobre la caligrafía en lo que era tan estricto don José se relajó totalmente y cada uno hacía el tipo de letra que le parecía mejor; sin embargo pasado aquel “sarampión” de las caligrafías variables, al fin todos volvíamos a la letra sencilla y vertical que nos había enseñado don José y ya nos quedamos con ella sin que nadie nos la impusiera, prueba de que en el fondo era la que más nos gustaba. En cuanto al álgebra yo le propuse volver a estudiarla y me indicó que lo haríamos más adelante cosa que no sucedió, lo cual me hizo sospechar que mis maestros no la conocían porque no debía de figurar entre las asignaturas del Magisterio.

En aquella época la cumbre de la sabiduría en matemáticas se alcanzaba cuando se llegaba a hacer raíces cuadradas, y efectivamente las hacíamos, aunque no se supiera para qué servía aquel conocimiento. Por supuesto las raíces cúbicas ni siquiera se mencionaban. En cuanto a los problemas, don Paco tenía un libro de grandes tapas con muchos problemas donde venían sus resultados, nos lo dejaba en la sección y nosotros mismos señalábamos e intentábamos resolver los que nos parecían más interesantes. El caso es que al final los habíamos resuelto prácticamente en su totalidad.

Don Paco me encargaba dos cometidos (aparte de la compra del tabaco) que podríamos llamar extraescolares: uno era el cuidado del orden en la clase cuando él la abandonaba, por el sistema de apuntar en la pizarra a los más insurrectos, y el otro, que practicaba con cierta frecuencia en invierno cuando revocaba el humo de la estufa, que consistía en subir al tejado a través de la carbonera y de la falsa, para poner tejas verticales junto al tubo en sentido conveniente según la dirección del viento. Aparte del riesgo que el andar por el tejado significaba, el provisional arreglo servía solamente para unos cuantos días, lo cual era un verdadera “lata”. Cuando años después estudié el tiro en las combustiones me di cuenta de que aquel tubo de la estufa de nuestra escuela simplemente necesitaba alargarse hasta una cota superior a la mayor del tejado y ponerle, al menos, un sombrerete en el extremo.

En suma, don Paco, que bastante problema tenía con sus propias inseguridades y nerviosismos, nos fue atendiendo lo mejor que pudo durante el curso y medio que estuvimos con él, y luego cedió el puesto a mi último maestro, que fue don Mariano Bernad Carceller, de quien espero hablar en un próximo relato.

2 comentarios:

Joaquín Macipe dijo...

Si hoy en día a un maestro se le ocurriese hacer subir al tejado a un alumno... No me lo quiero ni imaginar, tendríamos al defensor del pueblo, al tres inspectores de educación y a un grupo de los geos encarcelando al osado...

Salvador Macipe dijo...

Joaquín, has puesto el dedo en la llaga. Entonces teníamos menos seguridad pero más libertad. Me temo que, de seguir así con todo más regulado cada día, llegaremos a un punto en que no podremos ni tendremos que aplicar nuestro libre albedrío y terminaremos siendo una especie de robots mejor o peor programados por y a conveniencia de sabe Dios quien.

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