domingo, 3 de mayo de 2009

Un mensaje literal

Cuando decíamos el Juan Pablo nos referíamos en Ariño a un empleado de SAMCA que “llevaba” la residencia para técnicos de la Empresa. Es curioso que no recibiera otros títulos como “tío”, “señor” o algún apodo sabe dios de qué calibre. Le llamábamos sencillamente como queda dicho. Comoquiera que la gestión de la residencia no le ocupaba toda su jornada, empleaba parte de ella trabajando también en el almacén general. Era una persona que producía la impresión de correcta, bien educada y acostumbrada, por razón de su trabajo, al trato esmerado con gentes de cierto nivel.

En una casa del barrio de SAMCA se instaló la familia del señor Estrada que procedía de Zaragoza. Dicho señor venía contratado para trabajar como mecánico ajustador en los talleres de la Empresa. Al cabo de poco tiempo se le aplicó a toda la familia el apodo de los Chiquines. La causa de aquel apodo general fue que la madre llamaba Chiquín al hijo menor, quizá por lo menudo que era; pero no se percató de la trascendencia de tal apelativo ya que, acto seguido, se la comenzó a conocer como la tía Chiquina y, como el apodo hizo fortuna, poco tiempo después se les llamaba así a toda la familia.

El caso es que el Chiquín genuino que, además de menudo era muy avispado, trabajaba como pinche haciendo recados para el personal de las oficinas de SAMCA. En cierta ocasión don Eugenio Ruano, ingeniero de minas de la empresa, le encargó que fuera al almacén y le dijera al Juan Pablo que subiera a su despacho. El Chiquín, raudo como una centella, le pasó el recado al destinatario; pero éste debía de estar de mal café (quizá contando tornillos para los interminables inventarios) y, sin meditar lo que decía, le contestó: “Dile a don Eugenio que me toque los c…”. Nunca lo dijera ya que el Chiquín, a la velocidad del correcaminos, volvió al despacho de don Eugenio y le dijo: “Ha dicho el Juan Pablo que le toque los c…”. Entretanto el convocado se había lavado las manos y apareció en el despacho del ingeniero diciendo: “Buenos días, don Eugenio. ¿Qué deseaba?”. Don Eugenio mirándole por encima de las gafas le contestó: “Muy buenas. Primero vamos a cumplir su deseo de tocarle los c…”. No se supo qué pasó a continuación, pero al cabo de un rato el Juan Pablo salió del despacho con las orejas coloradas y lo primero que hizo fue ir a la caza del Chiquín para matarlo directamente.

Esta anécdota fue muy comentada por el personal de las oficinas y hasta yo percibí el rumor; sin embargo el detalle y la veracidad de la misma vienen avalados por el amigo (anónimo para los lectores) que me contó también lo de “la palabra clave”.

Filosofando un poco sobre esta anécdota, nos percatamos de que sucedió algo que tuvo repercusiones. Prueba de ello es que aún lo estamos contando después del tiempo transcurrido. El suceso, que pudo tener consecuencias laborales, se debió a la coincidencia de dos hechos indebidos: la inadecuada expresión del Juan Pablo y la insensata transmisión de su respuesta. La lucidez de don Eugenio impidió que el asunto pasase a mayores.

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