jueves, 28 de mayo de 2009

El burro del tío Juan

Contaba mi padre que un mozo “con cierto grado de discapacidad psíquica” (que diríamos ahora), iba gritando por el pueblo: “¡Qué bien, qué bien! ¡Cuánto me alegro! ¡Que se le ha caído el burro a la bodega al tío Juan y no lo pueden sacar! ¡Cuánto me alegro!”

Se notaba que el tío Juan no era santo de su devoción (quizá tuviera sus motivos para considerarlo así ) y, en todo caso, que el muchacho tenía, aparte de su desgracia, su dosis de mala leche.

Uno se imagina la situación del tío Juan ayudado por los vecinos intentando entre todos extraer al burro del conducto que comunicaba, como en muchas casas del pueblo, el patio con la bodega, y piensa: ¿Qué coño debió de hacer el tío Juan para que, en lugar de descargar las uvas por el referido agujero como dios manda, se fueran para abajo estas con burro y todo? Y también se imagina al mozo observando la jugada desde la calle y al ver que la situación era delicada (hablando fino), ponerse a dar saltos de alegría.

El tío Juan debía de estar pasándolas canutas, porque el burro en semejante agujero corría el riesgo de desgraciarse y la desgracia de un burro era un suceso muy lamentable por dos razones: una, que la economía familiar sufriría un fuerte quebranto y otra, que a los burros llegaba a tomárseles cariño, por cierto muy merecido.

Estas cosas tan peregrinas pasaban en Ariño y mi padre se reía contándolas. Hay que decir en descargo suyo que en este caso finalmente no sucedió algo irreparable y que, como hemos podido percibir en muchas ocasiones, todos llevamos dentro de nuestra persona dos más, la una sensata y compasiva y la otra que se cachondea de todo y se regocija instintivamente cuando ve a alguien dar una voltereta. Así somos de raros y de complicados.

Respecto a la intervención del mozo en este asunto pido, por favor, que no se interprete que trato irrespetuosamente a quienes son discapacitados. Simplemente sucedió así y así se cuenta, sin hacer hipócritas distinciones. Los mocetes, tanto si tenían algún problema físico o psíquico como si no, en general no eran angelicos, aunque habría unos mejores que otros y con el paso de los años todos iban mejorando; y así debía de ocurrir, pues los ariñeros tenían fama de ser buena gente (al menos la mayoría de los adultos, que ya es algo).

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