viernes, 15 de mayo de 2009

Una experiencia de caza

Ariño ha sido, y aún sigue siendo, un pueblo de cazadores. Los no cazadores eran la minoría y mi padre uno de los integrantes de esta minoría. Le gustaba, eso sí, pescar a mano, lo cual hacía con frecuencia y buenos resultados; sin embargo cuando era joven y soltero, ejerció un día de cazador en la modalidad que podríamos calificar como “extra”.

Estaba una tarde transitando por los campos que su familia tenía en la sierra de Arcos, cuando alguno de sus hermanos le prestó la escopeta y le aleccionó para cazar “a la espera”, escondido en una "barricoza" que había en las inmediaciones de la era, donde acudían las perdices en busca de los granos de cereal que, aunque muy escasos, siempre quedaban algunos en el suelo después de trillar.

Estuvo un buen rato mirando atentamente por una ventanica esperando ver la llegada de las perdices pero al fin, cansado y aburrido, se durmió y así permaneció sabe dios cuánto tiempo. Se despertó cuando el sol estaba cerca del ocaso e instintivamente quiso ponerse en pie; pero en aquel momento se le ocurrió, como medida de prudencia, echar un vistazo previo por la ventana y, ¡cual no sería su sorpresa al ver que en la era había un numeroso grupo de perdices! Con el corazón "a tope" de pulsaciones, fue sacando lentamente la escopeta por la ventana y mirando hacia atrás en lugar de apuntar, apretó el gatillo y se produjo un disparo que, según él, retumbó en toda la sierra de Arcos. Acto seguido se levantó definitivamente y comprobó que no habían quedado perdices, ni muertas ni vivas.

Mi padre contaba estas cosas cachondeándose un poco de sí mismo sin saber que con el tiempo se vería que este proceder (es decir el autocachondeo) es una excelente forma de evitar la excesiva autocomplacencia.

Vamos descubriendo ahora que la gente de aquella época tenía unos modos intuitivos de comportamiento que les permitía ser bastante felices, incluso más de lo que ellos mismos percibían.

Por cierto “barricoza”, que no está registrada en el Diccionario de la RAE, es una caseta de piedra sin techo, con uno o varios ventanucos, dimensionada para que quepa un hombre, que se usa para cazar “a la espera”. Es una palabra del léxico actual de Ariño y la conocen casi todos.

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