sábado, 9 de mayo de 2009

La deuda

A un chico de Ariño, ya mozo, lo mandó un día su padre con un recado, a casa de un convecino de bastante más edad que el mensajero. Llamó a la puerta y, cuando el requerido bajó, el emisario le dijo:

– Que ha dicho mi padre que a ver si me puede dar las cien pesetas que nos debe.

El aludido respondió:

– Mira chiquillo, no me calientes los cascos...

El mozo, enfadado y dispuesto a cualquier cosa, dijo:

– ¡Oh mecagüen esto! ¿Con estas me viene? ¡Tire pa fuera!

El deudor con total calma concluyó:

–Chiquillo: ¡Si no te las niego! Pero, si no las tengo. . . ¿Cómo te las voy a dar?

Ante una respuesta tan lógica y un tono tan conciliador, se acabó la cuestión y el mozo se volvió a su casa, le dijo a su padre lo sucedido y como no quedaba más remedio, el padre se dispuso a esperar otra temporada antes de enviar al chico de nuevo y ver si aquella vez había más suerte.

Esto, según mi padre, sucedía en Ariño hace ya unos cuantos años, es decir a principios del siglo XX, o sea que hace ya casi un siglo.

La expresión “mira chiquillo no me calientes los cascos” es de las que suelen tener fortuna; yo la he oído aplicada, en tono irónico, a una simulación de amenaza; es decir que el convecino citado no pagó la deuda pero, sin pretenderlo, aumentó el léxico popular ariñero, al menos durante algunos años, quizá tantos como los de demora en el pago de las cien pesetas.

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