lunes, 16 de marzo de 2009

MIS MAESTROS —Don Basilio—


En el comienzo de mi época escolar nos llevaban a la escuela a los seis años. Fui a parar a una que había al lado de la casa de la tía Nuncia. El edificio era de tres plantas: corrales, escuela y vivienda. La vivienda quedaba al nivel de la calle y para ir a nuestro destino teníamos que bajar bastantes escalones a oscuras y allí, al lado de la carbonera que también se llamaba cuarto de las ratas y de los castigos, estaba la puerta de la que durante un año sería mi escuela. Desde el interior se veía, a lo lejos, el cementerio y hoy veríamos también la residencia de la tercera edad. En la pared, al lado de la puerta, había un ventanuco cuya función era tratar de iluminar la escalera de entrada, cosa que conseguía a duras penas porque era lo suficientemente pequeño para que no pudiera atravesarlo ningún chaval, ya que los proyectistas del ventano desconfiaban (con razón) de los escolares. Sí servía para que, de vez en cuando, asomase la cabeza a la clase un muchachote que con voz de desagüe de lavadora decía: “¡Ole, ole talento!” Algunos se reían, pero a mí, con lo pequeño que era, no me hacía ninguna gracia aquella falta de respeto al maestro y no me explicaba por qué este no iba a por el intruso y le propinaba un par de sopapos que yo consideraba bien merecidos. Este es uno de los interrogantes que me quedaron en la mente en aquella etapa de mi vida.

El maestro se llamaba don Basilio y tendría algo menos de cuarenta años. Nadie me informó, ni yo tuve interés en saber, sus circunstancias familiares. Sí me quedé con la imagen de que era muy trabajador y tenía a su cargo unos 30 ó 40 chavales desde 6 a 12 años (no me consta que hubiera de más edad) que cuando pasábamos, siempre corriendo, por aquella estrecha escalera, éramos un verdadero terremoto.

Allí, al lado de don Basilio, fui asimilando cómo eran las letras, cómo sonaban y cómo se enlazaban unas con otras. Yo (modestia aparte) era un buen chaval, trabajador y con buena memoria, así que, en poco tiempo, las aprendí y leía las cartillas con facilidad. Extraescolarmente, en la puerta de mi casa, con una pizarra grande de madera que tenía, me recreaba escribiendo palabras que me decían los vecinos, y se quedaban admirados de mi sapiencia, lo que no era un gran mérito para mí ya que a los mayores les venía justo para leer y escribir; sin embargo aquellas alabanzas me elevaban la autoestima y me motivaban para seguir aprendiendo.

Don Basilio también estaba sorprendido de lo rápido que aprendía y quiso hacer una demostración de mis facultades lectoras ante los alumnos, especialmente ante los mayores. Para ello se agenció un periódico, me llamó a su lado, mandó callar a todos, y me hizo leer unos párrafos. El experimento no resultó lo convincente que era de desear porque me había puesto el listón demasiado alto y leí lo que me señaló, con dificultad y a trompicones.

Al cabo de poco tiempo pasé a escribir al dictado, en el cual participábamos toda la clase a pesar de que, como he dicho antes, las edades oscilaban entre 6 y 12 años. Yo estaba en las primeras filas y justo detrás ya se sentaban los más mayores. Los alumnos escribíamos la fecha por nuestra cuenta y a continuación don Basilio comenzaba a leer en voz alta lo que debíamos escribir. Uno de aquellos días uno de los mayores, al comenzar, dijo en voz alta: “Don Basilio: diga la fecha porque alguno ya está poniendo 32 de mayo”. El muy cabrito había mirado por encima de mi hombro y había visto la fecha que yo acababa de poner. El ataque fue tan directo y tan espectacular que me salieron los colores y sentí tal rabia que “le tomé la matrícula” a aquel chico y siempre he recordado el incidente. Sé quien fue pero no se lo he dicho a nadie y nunca se lo he tenido en cuenta, porque se trata de una persona magnífica con la que siempre me he llevado muy bien. Lo que pasa es que de niños somos crueles y nos gusta hacer chistes a costa de los más débiles sin darnos cuenta del daño que hacemos; por eso estas actuaciones hay que comprenderlas y perdonarlas ya que muchas veces ellos mismos, de mayores, son los primeros en reconocer que en tal o cual ocasión no obraron como era debido.

Lo anterior es lo más significativo de mi estreno como escolar. Lo he recopilado rebuscando en mi memoria los recuerdos de aquella etapa. Me sorprende ver, desde mi óptica actual, la cantidad de observaciones y de sentimientos que se nos graban en la mente ya a edades muy tempranas. Muchas veces retenemos los detalles que menos se imaginan las personas del entorno. Esto es una observación para los educadores de niños pequeños porque, aunque saben de sobra todas estas cosas, no está de más subrayárselas.

Al terminar mi primer curso tenía que cambiar de maestro y oí rumores de que me tocaría don Antonio; pero no sé qué paso, el caso es que aterricé, en mi segundo curso, en las huestes de don José Martínez de Castro, maestro al que le tengo un gran aprecio (ya sé que tiene detractores) y al que espero referirme en un próximo relato.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sorprende la memoria que tienes de esa epoca, lo del 32 de Mayo, a pesar de que no te gustara, tiene su gracia ¿como te salio una fecha tal?

Salvador Macipe dijo...

Apreciado Anónimo, aclaro la cuestión:

Yo cada día ponía como fecha en la cabecera de mi dictado el nº siguiente y, como el día anterior había puesto 31 de mayo, seguí con el 32 porque no tenía edad para saber los días que tiene cada mes; y me supo mal que lo dijera aquel chico en voz alta porque, a pesar de mis pocos años, tenía mi amor propio y no me gustó nada que demostrase en público mi ignorancia.

Gracias por tu comentario y un cordial saludo.

Salvador Berlanga dijo...

Es admirable su memoria y mejor aún su decisión de recuperar el pensamiento de tiempos de infancia siempre especialmente interesantes. Lo cierto es que yo sólo fuí al Colegio de los Hermanos de La Salle un par de días, pero mi trayectoria personal y profesional me han llevado siempre a animar a que se hable de escuela, de enseñanza y de educación. Ariño y José Antonio Blesa son el mejor ejemplo. Ahora he organizado el Museo de la Escuela de Teruel en Alcorisa que le animo a usted y a todos los arinñeros a visitar cualquier fin de semana (los niños lo disfrutaron hace pocos días).
Enhroabuena por su blog y por su admirable compromiso.
Salvador Berlanga Quintero

Salvador Macipe dijo...

Apreciado Salvador, gracias por tu amable comentario.
Estoy al corriente de tu gran vocación por la enseñanza y de los notables frutos que de ella se están derivando para tus numerosos alumnos.
Comparto contigo la opinión sobre la ejemplaridad y brillantez de nuestro amigo y paisano José Antonio Blesa.
Visité el Museo de la Escuela de Teruel en Alcorisa y te felicito también por esa magnífica obra que me dejó preciosos recuerdos.
Enhorabuena por toda tu labor, y un cordial saludo.

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