jueves, 23 de abril de 2009

MIS MAESTROS-Don José (IV)-

Don José leía muy bien las poesías. Ya he dicho que tenía una voz muy agradable y además le gustaba mucho la literatura y la poesía. A nosotros nos enseñó varias, que recitábamos como loritos. (Os remito a un relato que titulé “el romance de la loba parda” de este blog). A lo largo de mi vida muchas veces he recitado poesías en público con buena aceptación, aunque nunca supe sentir la verdadera poesía. Así que no me contagié del amor a ese género, que tenía mi maestro. Quizá simplemente ocurrió que no estuve con él todo el tiempo que ello requería. Hablando de recitar me viene a la memoria una anécdota y es que un día, en una de las excursiones que hicimos por la zona del pilón de san Gregorio, cuando llegamos a aquel sitio vimos, justo enfrente, un montículo de tierra roja de una forma muy regular (como hecho a propósito) de unos tres o cuatro metros de altura y don José me sugirió que subiera a lo más alto y recitase el romance de la loba parda. Así lo hice y, al terminar, todos los excursionistas se habían confabulado con el maestro, que dijo: “una, dos y tres”, y a continuación, en lugar de aplausos, comenzaron a lloverme tormos de tierra. Gracias a mis buenos reflejos, ágiles piernas y sobre todo a que no los tiraban “a pegar”, pude salir ileso de aquel inesperado ataque. El caso es que con ocurrencias como aquella, que don José continuamente tenía, el ambiente en sus excursiones era especialmente alegre y festivo y nadie se acordaba de las caras serias que algunas veces había en clase.

Don José en la clase no siempre estaba serio y también nos contaba algunos chistes que siempre he recordado, aunque reconozco que eran flojillos. Uno de ellos era que un padre le explicaba a un amigo, que estaba pensando en matricular a uno de sus dos hijos en Bachillerato, a lo que el amigo le contestó: “¿Pero no ves que si haces a uno bachiller el otro va-a-chillar?”. Con este juego de palabras nos acercaba a la comprensión de este tipo de chistes. Otro: nos decía que unos valencianos tenían fórmulas para fabricación de muchas cosas, como por ejemplo: vino blanco = dos poals (pozales) de agua. Vino negro = dos poals de agua + dos poals de fuchina (tinta) negra. Y otro más: van el padre y el hijo a vender vino y, al probarlo, el cliente dice “este vino tiene agua” a lo cual el hijo contesta enseguida: “¿no ve padre cómo tenía yo razón cuando le decía que estaba echando demasiada?”.

Con unas y otras actividades (en las que nos fuimos adaptando alumnos y maestro y mejorando notablemente la convivencia), el tiempo fue pasando y, precisamente entonces, don José encontró la oportunidad de trasladarse a ejercer como maestro a Alcira, que es un pueblo importante de Valencia con el que Ariño no se podía comparar, y decidió el traslado; así que un día, ya muy cerca de las vacaciones de verano, un poco antes de la hora de salir de clase, pidió silencio y nos explicó que no estaría con nosotros el próximo curso, porque iba a ir a un nuevo lugar. La noticia nos cogió por sorpresa y nos quedamos todos “de piedra”. Don José estaba también emocionado y siempre he recordado sus últimas palabras en aquella ocasión, cuando nos dijo: “los griegos, muy filósofos, pensaban que morir es partir pero, en estos momentos, yo estoy más de acuerdo con la idea de los romanos que, más prácticos, decían que partir es morir”. Nos estaba queriendo decir que la búsqueda del desarrollo profesional, cosa comprensible, le hacía marchar, pero parte de su corazón se quedaba con nosotros. Y efectivamente, terminó el curso y ya tuvo que partir a los pocos días. No sé como nos enteramos del día y la hora de su marcha pero el caso es que, por iniciativa propia, aparecimos en la báscula un grupo de unos quince alumnos, a decir adiós a nuestro maestro. Don José nos indicó que nos pusiéramos en fila y se fue despidiendo de cada uno de nosotros. A mí me preguntó: “¿Cuántos años tienes ahora, Salvador?”. Le respondí que en agosto cumpliría diez y sus últimas palabras fueron: “Qué lástima que no hayamos podido estar juntos cuatro años más para ayudarte a ser todo un hombre”. Y don José, tras despedirse de todos, subió a un camión de TRAMISA al lado del chófer y, con lágrimas en los ojos, desapareció físicamente de nuestras vidas aunque en mi caso lo he tenido siempre en mi mente y en mi corazón y muchas veces me he dado cuenta de las ventajas que me ha proporcionado la formación que me dio cuando yo era un chavalín, la que aún ahora, después de tantos años, todavía me sirve, le debo y le agradezco.

No puedo decir que don José fuera perfecto y cada uno, según le fuera con él, tendrá su opinión, tan subjetiva como la mía; pero mi visión es precisamente la que he intentado exponer en estos cuatro artículos, que están llenos de cariño y de agradecimiento a quien me dedicó cariño y esfuerzos, en el limitado tiempo en que pudimos estar juntos, para hacerme una persona lo más preparada posible según su autorizado criterio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que he disfrutado muchísimo leyendo los cuatro relatos sobre Don José; desde que he comenzado a leerlos me he transportado al instante a esa escuelita que describes.
Un placer.
Elena

Salvador Macipe dijo...

Elena, me alegro de que te hayan gustado mis relatos sobre don José, que han permitido hacerte una idea de cómo eran las escuelas y la enseñanza, en aquella época, en nuestro pueblo. Ahora son diferentes, y seguramente mejores, pero aquellas también tenían encanto.
Muchas gracias por tu amable comentario.
Salvador

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