jueves, 12 de agosto de 2010

Un viaje a Zaragoza

En la década de los cincuenta solían hacer los mocetes de Ariño algún que otro viaje a Zaragoza y para ello la ocasión ideal eran las fiestas del Pilar del doce de octubre.

Me cuenta un ariñero, que tampoco reside en Ariño, anécdotas sobre uno de aquellos viajes acompañado por otro chico de su misma o parecida edad, y me dice que, a sugerencia del acompañante, la primera operación que hicieron fue ir al puente de piedra y alquilar una barca de remos a la orilla del Ebro y, sin haber practicado nunca esta actividad, comenzar a remar en dirección al centro del río. Como es lógico la corriente los llevó rápidamente a donde quiso, que fue hacia una zona en la que había numerosos pescadores de caña que, enfadados por la interferencia y alarmados porque nuestros remeros corrían un peligro evidente, les gritaron para que se alejaran de allí a sitio menos peligroso e inoportuno. Los avisos tuvieron efecto inmediato y los sofocados barqueros remando como pudieron y a base de trazar la barca numerosos círculos consiguieron llegar por fin hasta la orilla, gracias a un milagro de nuestra señora la Virgen del Pilar que permanece entre los muchos no computados hasta la fecha. Eso sí, como consecuencia de los numerosos golpes al agua con los remos planos salieron de la barca con las ropas mojadas a fondo, lo que nos da una idea del lastimoso estado en que iniciaban su estancia en la engalanada ciudad.

El siguiente objetivo de su programa fue ir a alguna zona donde hubiera buen nivel de ambiente festivo y al efecto aparecieron por la calle san Miguel (o cercanías), lugar muy concurrido, donde un señor les preguntó la hora. Ante este elemental incidente mi informador se detuvo para consultar su reloj, pero su amigo aceleró el paso tomando distancia y volviendo hacia atrás la cabeza previno a su camarada, en alta voz, con estas palabras: “¡No te pares con la gente, que aun te quitarán la cartera!”. Esta actuación le sentó fatal al destinatario por ser puesto en evidencia ante los presentes y más teniendo en cuenta que el señor que le había preguntado la hora era nada menos que un sacerdote de avanzada edad vestido, como era entonces habitual, con la clásica sotana, así que el aviso no podía ser más inoportuno.

A juzgar por las actuaciones anteriores supongo que debieron de tener unos cuantos tropiezos durante el tiempo en que deambularon por Zaragoza, pero uno más, que mi informador comenta, fue que tomaron el tranvía “Venecia-Delicias”, que iba a Torrero desde la avenida de Madrid y viceversa, y aunque tenían como destino la calle Vista Alegre que se halla cerca del parque Pignatelli, no tomaron bien la referencia de donde debían apearse y cuando el tranvía estaba llegando al final del recorrido, lejos de la calle a la que pretendían ir, preguntó uno de ellos al conductor si ya estaban cerca de “la parada vista alegre” a lo cual el empleado, con aire socarrón, sin volver la cara le contestó: “No; cerca de aquí está la parada vista triste”. No le faltaba razón porque ya casi se veían la cárcel y el cementerio de Torrero que era a lo que el conductor se refería, aunque no le hubiera costado mucho ser un poco más amable y educado con aquellos usuarios del tranvía en el que se ganaba cada día las habichuelas, por más que los viera con pinta de despistados y pueblerinos.

En aquella época el ir desde el pueblo a Zaragoza efectivamente daba lugar a constantes problemas porque había muchas cosas que eran vistas por primera vez por el que venía del pueblo, como los tranvías, los teatros, la multitud de coches, las considerables distancias, etc., etc..Casi todo era diferente, incluidas las normas de comportamiento, el atuendo y hasta la forma de hablar. Cuando se permanecía durante el suficiente tiempo en esta ciudad, se volvía al pueblo con bastantes conocimientos, adquiridos muchas veces, al igual que nuestros amigos, a base de tropiezos. En algunos casos como en el de los quintos en fase de hacer la preceptiva mili, a veces no se podía evitar volver con cierto aire de suficiencia, que es lo que le sucedió al militar que protagoniza uno de mis relatos que titulo “chascarrillos”.

Zaragoza, que nos atraía de forma especial por tener a nuestra Virgen del Pilar, mostraba realmente aires de gran ciudad y había que ir a ella con cuidado y bien aconsejado, so pena de encontrar problemas, eso sí más enojosos que importantes; sin embargo el ir a nuestra capital, Teruel, no daba lugar a ninguna dificultad (salvo la del complicado viaje), porque era como un pueblo grande en el que no se sentía la más pequeña hostilidad del entorno. Quizá esto sea la razón de que quienes hemos vivido un tiempo en esta encantadora ciudad le tengamos un cariño muy especial y la recordemos de una forma entrañable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Salvador, soy José Benito de Utrillas. Quiero contactar contigo.

Estuvimos juntos en Teruel

Puedes contactar conmigo mediante mi mail: josebenitolorenzo@gmail.com

Visitas desde el 15-09-2008
Visitas desde el 22-06-2009... contador de visitas
contador de visitas