jueves, 26 de agosto de 2010

Dos chistes con solera

El del reto lo contaba mi padre, y el de la boina mi tío Antonio (el Morel). Se los escuché por vez primera siendo yo un chavalín. Luego los he encontrado en momentos y sitios muy diversos, así que podemos decir, al menos, que estos chistes tienen solera. Para muchos no serán novedad pero, este es el problema de los chistes, que pocos son originales y muchas veces hay que poner cara de circunstancias por ser harto conocidos; sin embargo siempre hay alguien que los oye por vez primera por extraño que parezca. En todo caso para mí forman parte de mis recuerdos de Ariño por ser donde los oí la primera vez, y por tanto creo que no está de más incluirlos entre mis cosas de Ariño.

El RETO

En la época del relato era frecuente que, estando reunidos un grupo de amigos, a veces se planteara un reto con la expresión de “a que no…”.

En la ocasión a la que me refiero la expresión completa fue: “¡A que no se atreve alguno a ir a tocar la puerta del cementerio!

Por supuesto la noche era oscura y tenebrosa (las nubes tapaban completamente la luna) y el viento silbaba con quejidos lastimeros; sin embargo uno del grupo, que presumía de valiente, aceptó el reto que en la práctica consistía en clavar un clavo en la puerta del cementerio, de forma que tanto el ruido que se produciría al clavarlo como su inequívoca presencia al día siguiente, atestiguarían el cumplimiento de lo pactado.

El susodicho llegó a la puerta indicada y, atropelladamente y a duras penas, clavó la escarpia; pero ocurrió que su capa, agitada por el viento, resultó clavada también accidentalmente en la madera, sin percatarse de ello el dueño que, al intentar salir de allí poco menos que corriendo, comprobó que algo (él pensó que alguien) lo retenía. Como aquel alguien no podía ser otro que un difunto, toda la valentía de nuestro protagonista se vino al suelo y sus lamentos y peticiones de clemencia fueron constantes durante largo tiempo. El supuesto difunto no se dio por satisfecho hasta que, en un descuido de las nubes, la luna alumbró la escena y el cautivo se dio cuenta de cual era la verdadera causa de la retención. Ante esta inyección de valor, recompuso su maltrecha figura y, sacando un puñal, de un solo golpe certero liberó la capa de su atadura y, con voz potente, dijo: “¡Pues si es un hombre, igual lo rajo!”.

LA BOINA

Iban un padre y su hijo transitando por unos andurriales, cuando les salieron al paso varios facinerosos que, sin contemplación alguna, les aligeraron de todas sus pertenencias, incluidas las ropas, con lo cual los dejaron completamente desnudos. El zagal, al echarle un vistazo a su padre, exclamó: “¡Hala padre, si le han dejado la boina!”. A lo que el padre, muy dignamente, con voz grave, le contestó: “¡Menudas narices tiene tu padre, como para dejarse tocar la gorra!”.

CONCLUSIÓN
Para terminar debo agregar que resulta curioso que ambos chistes, siendo tan distintos, tengan en común la ironía sobre la valentía, y la crítica a los que, sin serlo, presumen de valientes.

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