sábado, 21 de agosto de 2010

El esportón andante

En Ariño, cerca ya de 1950, a pesar de que los ingresos debidos al trabajo en las minas habían ya suavizado las duras condiciones de supervivencia propias de épocas anteriores, los chicos, a partir de los diez años e incluso antes, ayudábamos en lo que podíamos y más, en las tareas familiares tanto caseras como agrícolas, que unas y otras eran muchas y variadas.

Me cuenta un amigo que, de vez en cuando, a sus diez años escasos, le mandaban con una caballería provista de un esportón a buscar fiemo a las Bancas para llevarlo hasta una huerta que tenían en el Morraz. Para hacerse una idea cabal de lo que esto representa hay que conocer lo que significan en Ariño las partidas que acabo de nombrar, tanto por la distancia como por la diferencia de nivel.

El fiemo era sirria que se acumulaba en un corral donde pernoctaba el ganado. La tal sirria, por si alguien no conoce la palabra, son los excrementos del ganado lanar y del cabrío.

Dice que un día que hacía algo de viento (lo cual pone nerviosas a las caballerías), la burra iba inquieta hasta que, a la altura del huerto del cura, la carga, que no debía de ir muy bien sujeta, se vino al suelo y el animal inició un trotecillo burrero camino adelante hacia el casetón municipal.

A mi amigo, además del susto, se le amontonó el trabajo en un momento porque no sabía a donde acudir: por una parte no quería dejar el esportón abandonado, y por otra tenía que recuperar lo antes posible a la caballería pues, estando fuera de control en aquel camino-carretera, le podía suceder cualquier percance, lo cual sería una desgracia importante. Así que finalmente optó por ponerse el esportón por sombrero y arreó lo más ligero que pudo hasta alcanzar a la burra, que por fin se había parado. La cogió del ramal, volvió al punto de partida, puso en condiciones de carga el esportón, cargó el fiemo (no sé si llevaría pala) lo ató esta vez con más cuidado y siguió, resuelto el contratiempo, hasta la huerta de destino.

Mi amigo se ríe al imaginarse corriendo detrás de la burra con un esportón encima sin ver otra cosa que el suelo. Uno se imagina enseguida a un espectador observando la escena sin conocer los antecedentes y no sabe qué podría este pensar. Seguramente llegaría a la conclusión de que le había hecho excesivo efecto el vino del almuerzo.

Al menos nosotros nos reímos imaginando la situación, que por otra parte no dejaba de tener un componente de lástima, por imaginar a los niños de entonces obligados a hacer trabajos impropios de sus pocos años.

Como conclusión señalaré la gran diferencia entre lo que antes y ahora se pide a los niños. Entonces las circunstancias nos obligaban a madurar demasiado pronto; sin embargo esto tenía la ventaja de irnos endureciendo para afrontar las difíciles condiciones ambientales imperantes. Ahora, que todo es mucho más fácil, corremos el riesgo de pensar que los niños son más niños de lo que realmente son, lo cual tiene también su problemática.

Para terminar indicaré que este relato requiere que figuren en él unas cuantas palabras cuyo significado alguien puede desconocer. Aunque parezca raro, todas ellas vienen en el diccionario de la Real Academia Española, si bien el uso de tales términos haya casi desaparecido.

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