domingo, 10 de enero de 2010

El cine en Ariño

Hacia 1946, el equipo de albañiles de SAMCA dirigido por un señor muy competente, amable, alto y fuerte que se llamaba Manolo Sos, daba fin a la construcción de un proyecto de gran envergadura, cuya gestación supongo que debió de hacerse en Barcelona, para servicio y diversión de los habitantes de Ariño. Aunque destinado básicamente a toda la población minera, por su ubicación en el barrio de SAMCA tuvo, en esta parte del pueblo, su mayor influencia.

Se trataba de un complejo compuesto por un espacioso bar con fachada a la carretera, una pensión-residencia, y un local multiusos de considerables proporciones destinado a sala de cine, teatro y baile.

El aspecto exterior de este conjunto era el de un edificio de un solo volumen de planta rectangular y notable altura, austero pero bien pensado, que se había construido con los mejores materiales y medios que en aquella época de escasez se podían conseguir.

El ambicioso proyecto se completaba con una extensa zona deportiva anexa al edificio, en la que aparecían un frontón de tamaño reglamentario, un campo de fútbol relativamente pequeño, y una pérgola circular prevista para el patinaje.

Unas acacias plantadas en los sitios adecuados daban un punto de verdor y de frescura a la estética de todo aquel conjunto.

No sé si nos dimos cuenta de que aquel proyecto significó para Ariño un paso adelante con relación a los pueblos del entorno, pues entonces era muy difícil encontrar uno que tuviese alguna instalación de aquel nivel. Alguien, en alguna parte, quiso poner al servicio de Ariño estos recursos sociales, para diversión de niños, jóvenes y mayores y para que tuviéramos acceso a diversas opciones de tipo cultural. La obra y el equipamiento de todo ello debió de representar una considerable inversión y cuantiosos gastos de mantenimiento, pero a nosotros no nos costó ni un céntimo y, por nuestro escaso conocimiento e información, quizá debimos de pensar que todo aquello estaba surgiendo de la nada por arte de magia.

Nunca es tarde para reconocer el mérito de dicho proyecto de SAMCA que, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces; a pesar de los cambios de dueños y de costumbres sociales; y con las adecuaciones necesarias en las que se vislumbra el importante protagonismo de nuestro malogrado amigo Gregorio Palos y de su hermano José (ciertamente ayudados por la SAMCA actual), todavía sigue dando unas interesantes prestaciones a Ariño, adaptadas en lo posible a sus actuales necesidades y circunstancias.

Todo este largo preámbulo es para referirme a lo que ahora más me interesa que son las polifacéticas funciones del local que llamábamos cine.

Tengo que decir que el cine en particular, tanto por el diseño como por la construcción y por el aprovechamiento de los limitados recursos, era un proyecto francamente brillante, en especial para aquellos tiempos. Hasta en el más pequeño detalle se veía la labor concienzuda de un equipo bien dirigido de técnicos y de profesionales de distintas especialidades, tratando de hacer, todos juntos, un trabajo perfecto y lo más económico posible.

El salón tendría capacidad para más de quinientas personas, que es tanto como decir para casi todo el pueblo de Ariño y, de hecho, hubo ocasiones en que asistió a algún acto casi toda la población, y el salón permitió su total acomodo sin mayores problemas.

Antes de inaugurar el salón se proyectó alguna película en el exterior, al aire libre, pero de esto conservo solamente un vago recuerdo.

El operador de cine sería el tío Feliciano, que era el padre de Manolo y de Vicente Omedas, familia de trayectoria muy notable, reconocida por todo el pueblo, especialmente por sus muchos amigos, entre los que me incluyo.

Las sesiones de cine tenían lugar los sábados por la noche y los domingos por la tarde y para las festividades de calendario (que eran las mismas para toda España excepto para los santos patronos de cada lugar) la película de turno se pasaba también dos veces, es decir la víspera y el día festivo.

La sesión de cine del sábado por la noche tenía la particularidad de que comenzaba relativamente temprano respecto al horario de la cena, y aun así acababa demasiado tarde; así que los que vivíamos en la parte alta del pueblo teníamos que hacer la ida y el retorno sin pérdida de tiempo. Cuando salíamos del cine en invierno había que vernos a paso ligero con las bufandas tapándonos la nariz, emitiendo al respirar nubes de vapor, subiendo la cuesta del Secano Cuartana a increíble velocidad, casi corriendo, para espantar el frío y llegar al Barrio Bajo en pocos minutos. Aquella prueba de esfuerzo circunstancial la resistíamos perfectamente, sin ningún problema. La bajada al comienzo de la sesión, nos costaba menos de dos minutos, porque la hacíamos corriendo, a toda leche.

Recuerdo que una de aquellas noches en que andaba mal de tiempo tuve que hacer un especial sprint desde la puerta de mi casa, y cuando estaba a mitad de la cuesta, no sé qué me pasó, si es que tropecé en alguna de las abundantes piedras del camino o que se me quedaron los pies retrasados con relación al cuerpo, el caso es que me pegué una talegada de tal calibre que fui a rastras varios metros. Cuando se detuvo mi cuerpo, me sacudí la ropa para quitarle el polvo, comprobé que no tenía ningún hueso roto, y seguí mi marcha (algo menos rápida) hasta el cine. Como resultado de aquella fenomenal plancha en el puro suelo, no recuerdo ningún efecto secundario importante, ni en el cuerpo ni en la digestión de la cena.

Las sesiones de cine de los domingos y festivos comenzaban sobre las cuatro de la tarde, que era una hora muy cómoda tanto para las personas adultas como para los chavales, que incluso teníamos tiempo en verano de darnos, después de comer, un buen baño en Los pilones o en el Pozo Loren en las entonces cristalinas aguas del río Martín, por supuesto sin esperar a hacer la digestión, ni mucho menos.

La asistencia al cine era o no permitida en función de la edad y de la calificación que le correspondía a la película, que venía fijada por las autoridades eclesiásticas de alguna parte y expuesta al público en el tablón de anuncios de la puerta de la iglesia.

Había que sacar en taquilla las entradas, que costaban algo así como 1,50 pesetas, cantidad que era accesible, sin duda alguna, para los mayores pero que para los chavales rozaba el límite de lo permitido por la economía familiar. Existía también la posibilidad de sacar abonos mensuales y entonces se disponía de una tarjeta que facilitaba los trámites de acceso al cine y permitía ser usada por el titular y por cualquier otra persona (entonces no se hilaba tan fino como ahora en estos temas) así que yo, cuando mi tío Antonio no la usaba, se la pedía y con ello podía ir al cine alguna vez más que las que mi escasa disponibilidad de dinero me permitía.

Algunas veces en que no nos llegaba el dinero para la entrada, recurríamos a una treta que consistía en mirar por un agujero que había en la puerta de madera del fondo, que dudo de que lo llevase cuando se puso la puerta por primera vez en su sitio. Como solíamos andar en grupo, nos turnábamos en la contemplación ilegal de la película y nos explicábamos lo visto, hasta que hartos de la incómoda postura y la dificultad de entender nada, comprendíamos que no valía la pena el esfuerzo y nos íbamos con la música a otra parte.

Cuando podíamos sacar religiosamente la entrada, al acceder al edificio, antes del salón, nos encontrábamos con un vestíbulo cuyas paredes estaban totalmente ocupadas por carteles de las distintas películas que antes o después se irían proyectando, que eran tan espectaculares y de actores tan famosos, que justo nos venía para reprimir exclamaciones de admiración.

Las localidades no eran numeradas y cada uno se sentaba donde podía, lo que no representaba, por la abundancia de butacas, problema alguno. El alumbrado era indirecto y bien calculado y el aviso de su apagado y del comienzo de la proyección tenía lugar por medio de dos timbrazos. Antes de la película se pasaba un noticiario-documental (el NODO) que con su peculiar estilo nos daba noticias de toda España por medio de imágenes en blanco y negro y una voz en off muy característica. Con esto se trataba de informarnos de lo bien que marchaba todo, aunque no siempre fuera cierto. A continuación se pasaban, como aperitivo, unos dibujos animados generalmente de Walt Disney o de Warner Bros, y su comienzo venía acompañado de una fuerte algarabía de los espectadores infantiles. Así fuimos conociendo a Popeye y Olivia, al pato Donald, al Correcaminos y al Coyote, al gato Lucas, a Mickey Mouse, a La pantera rosa, y a otros más. Al finalizar esta parte se encendían las luces para dar tiempo a la preparación de la película principal, la cual se proyectaba, por fin, transcurridos unos pocos minutos.

Tengo que señalar aquí que a los niños de nueve o diez años, que era mi edad por aquel entonces, el permanecer a oscuras durante las casi dos horas que venían a durar las películas les produce (al menos a mí me pasaba y supongo que también a los demás) una especie de depresión temporal. Yo, cuando menos lo esperaba, entre escena y escena, desde un rinconcico de mi cerebro me llegaba la idea de que antes o después se morirían mis padres y cosas parecidas, lo que me producía gran tristeza y desvalimiento, sensación que desaparecía cuando el recinto se iluminaba de nuevo. Así que valga mi experiencia como aviso para los padres que tengan hijos en esta edad. Debo decir también que las escenas de terror a esas tempranas edades también hay que evitarlas. Yo vi la película “Jack el destripador” en la que había una escena en que al entrar una persona en una habitación salía de repente de detrás de la puerta el dichoso Jack con un enorme cuchillo y la asesinaba. Se me grabó aquella escena de tal manera que, durante años, al entrar en las habitaciones, contemplaba instintivamente la posibilidad de que pudiera sufrir una agresión de este tipo. De modo que cuidado también con las películas que ven los niños de pequeños, pues pueden producirles traumas fastidiosos de cierta duración como me pasó a mí en el cine de mi pueblo.

En el transcurso de la película la población infantil producía molestias, que daba lugar a quejas como la que me contaron y reproduzco a continuación:

Parece ser que un niño no dejaba oír la película por causa de sus constantes lloriqueos, hasta que desde una zona próxima, alguien, dirigiéndose a la madre, dijo: “¡Dale teta!”; a lo cual respondió la madre: “¡Si ya tiene tres años…!”. El intransigente interlocutor concluyó con la siguiente expresión, rotunda y malsonante: “¡Pues dale una hostia, que no deja oír!”.

En fin, que en aquel cine que se llenaba en cada sesión, nos familiarizamos con las imágenes de aquellos grandes actores americanos como Clark Gable, Gary Cooper, Montgomery Cliff, Errol Flynn, Richard Burton, Victor Mature, Spencer Tracy y muchos más, y actrices como Bette Davis, Olivia de Havilland, Greta Garbo, Ingrid Bergman, Elizabeth Taylor, y un largo etcétera y vimos, si la edad nos lo permitió, películas como “Lo que el viento se llevó”, “Murieron con las botas puestas”, “Casablanca”, “Gilda”, “Retorno al abismo”, y muchas otras.

La primera de la que tengo noción es “Kit Carson”, película del Oeste con las aventuras propias de las luchas entre los indios y los colonos, y recuerdo que el protagonista llevaba una chaqueta de cuero con unas hileras de tiras colgando de las mangas, que ignoro la función que tenían, pero me pareció un adorno muy curioso. Un tiempo después vi que también usaba una chaqueta así Buffalo Bill, cuando vestía de gala.

Las películas de entonces eran generalmente entretenidas, y creo que positivas en cuanto a las enseñanzas que podían extraerse de sus sencillos argumentos. Así que, para mi entender, aquel cine fue un recurso cultural muy valioso y divertido.

Ahora tenemos la posibilidad de ver películas de cine en todas partes y lo consideramos algo normal y cotidiano, pero entonces supuso para los habitantes de Ariño un privilegio, un acceso a la contemplación de otros modos de vida, un aliciente para los días de fiesta, una ocasión de socialización con los demás y, en fin, una ocasión para el desarrollo personal incluso mayor de lo que imaginamos.

Al principio indiqué que el salón de cine era polivalente y no quiero terminar sin comentar que, efectivamente, se empleó muchas veces para representar en aquel hermoso escenario obras de teatro de aficionados del pueblo, algunas promovidas por mosén José Fuster que en paz descanse (yo fui uno de los actores) y otras tipo revista, varietés, etc., cuando la festividad lo requería, en cuyo caso los organizadores contrataban a la compañía que consideraban más apropiada. En este aspecto considero que de haber surgido personas impulsoras de la actividad teatral, el salón y sus medios hubieran permitido sacarla adelante perfectamente, ya que la disponibilidad por parte de la SAMCA no faltó en ningún momento.

Citaré también, aunque sea someramente, el uso de la sala para baile. A tal fin se despejaba el espacio de los asientos (que se apartaban y apilaban con facilidad), se situaba la orquesta en el escenario (recuerdo incluso alguna cantante a las que a veces se les llamaba animadoras) y la gente nos dedicábamos a bailar (los más animados) o a contemplar el jubiloso ambiente los más retraídos. Aunque la inclinación del suelo que se proyectó así pensando en uso del salón como cine era un inconveniente más enojoso de lo imaginable, no era suficiente para impedir que multitud de parejas se divirtieran bailando. Seguro que muchos noviazgos tuvieron su inicio o desarrollo en aquellas sesiones de baile en el cine de SAMCA, a la romántica luz de la iluminación indirecta que el cine requería, y al son de los boleros que entonces se prodigaban.

Para finalizar diré que estoy seguro de que algún lector que conoció lo que aquí se recuerda pensará que debería haber hecho más hincapié en este o aquel aspecto del tema. Lo siento pero he tenido que seguir mis recuerdos (principalmente de niño) y a ellos me he atenido. Mi juicio sobre este relato es que se refiere a algo muy amplio con muchas vivencias, y solamente se pueden dar unas pinceladas gruesas sin entrar en un tratamiento exhaustivo que requeriría todo un volumen. De todos modos ENTABÁN es un espacio abierto al que todos podemos llevar los recuerdos que consideremos interesantes, así como a la zona de comentarios, que también facilitan esa participación. Así que, como muchas veces decimos… ánimo, y ¡ENTABÁN!

2 comentarios:

Domingo Sos dijo...

Muchas gracias por describir en forma tan elogiosa al que fue mi abuelo :'-)

Salvador Macipe dijo...

Domingo, tu abuelo Manolo era como dije en mi relato, un hombre competente, bueno, y de trato muy agradable. Conversábamos muy a gusto y nos teníamos gran aprecio, aunque él era mayor que yo. Para mí es una de las personas por las que siempre he sentido gran admiración, y que recuerdo con cariño y respeto.
Gracias a ti por tu comentario, y un cordial saludo.

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