martes, 24 de noviembre de 2009

Los tebeos en Ariño

En Ariño hay un lugar que llamamos “el ladrillao” en el que confluyen tres calles y tiene tres esquinas. Mi relato va a referirse a este punto porque tiene para mí una significación especial por varias razones: quizá la más importante es que tengo mis primeros recuerdos en ese entorno, porque hasta los cinco años viví con mis abuelos Domingo y Petra en una casa que está justo al comienzo de la calle “subida al Calvario” y, cuando fui creciendo, por estar tan cerca de la casa de mis abuelos a la que iba varias veces cada día, siguió siendo para mí dicho lugar una zona muy frecuentada.

La casa de mis abuelos era la segunda de la derecha

Citaré, como detalle curioso, que una de las primeras escenas que recuerdo es a una señora caminando con un cántaro en la cabeza y llegar hasta ella otra gritando y dándole con un bastón en el cántaro de tal modo que cayó este al suelo, se hizo añicos, y se organizó una trifulca que nunca después he podido (ni pretendido) aclarar, pero que, como es lógico, me impresionó vivamente.

El hecho es que en dicho punto las plantas bajas de dos de las tres casas que hacían esquina eran carpinterías: una era de la familia del tío José Lahoz, y la otra del tío Pablo. A esta teníamos más acceso los chavales, ya que la puerta siempre estaba abierta, y veíamos todo lo que el carpintero hacía y tenía. Recuerdo que no había ninguna máquina que utilizase la corriente eléctrica y solo se veían martillos, limas, sierras, serruchos, garlopas y cepillos, todo de uso manual. El aparato más sofisticado era una muela de grano abrasivo humedecido que se movía a pedal y que el tío Pablo utilizaba para afilar las cuchillas de las distintas herramientas.

Estoy viendo al tío Pablo, con la cara chupada debido a su delgadez, siempre con la colilla del cigarro en los labios y un lápiz plano de carpintero en la oreja para tenerlo siempre a mano. Cuando no estaba serrando o cepillando alguna madera estaba clavando puntas sin cesar o pegando las distintas partes con cola de carpintero. Todas las medidas las hacía con un metro amarillo plegable, y para el posicionamiento correcto de unas maderas con otras utilizaba varios tipos de escuadras. Este señor vivía solo en aquella casa y un día vi que todas las puertas estaban cerradas y era debido a que el tío Pablo había muerto y yo no me había enterado. Descanse en paz aquel trabajador y silencioso carpintero.

El ladrillao”: a la izquierda la carpintería del tío Pablo, en el centro la del tío José Lahoz
y a la derecha la casa de Teodoro Rodrigo, que fue tienda del tío Pascual Alcaine

La tercera casa pertenecía a la familia de Teodoro Rodrigo y era una de las más notables del pueblo por la obra, a partir de cierta altura, de ladrillo árabe y ventanas con arcos de medio punto y alero a juego. Este ladrillado supongo que fue la causa del nombre del referido lugar.

Casa de Teodoro Rodrigo, con los arcos y alero que se citan

Un día (en 1943) vimos que aparecía en esta casa un local comercial con puerta a la calle Lacería y una ventana grande con cristal y alambrada a la calle Mayor. El negocio de este local lo estaba proyectando un tío de Juan José (“el Lino”) que se llamaba Pascual Alcaine, junto con su esposa Dolores, que tenían una hija que se llamaba Mariluz y era unos dos años mayor que yo.

En Ariño (y supongo que en todos pueblos) algo así era un acontecimiento observado atentamente por todos los vecinos sin excepción, de manera que nos quedamos muy interesados en ver lo que allí se iba a hacer.

Los preliminares del proyecto eran que el tío Pascual había comenzado a trabajar en la mina y, cuando llevaba quince días, pidió la baja porque le bastó ese tiempo para darse cuenta de que con el oficio de minero entonces no iba a hacer gran cosa, y él tenía mayores pretensiones, que las acompañaba con cualidades que mucha gente reconocía y respetaba. Pensó que era más positivo dedicarse al comercio, instalando una tienda en un punto del pueblo adecuado para esta actividad. Así que señaló aquel lugar como idóneo, y allí situó su tienda.

Vimos que el tal comercio iba a ser una verdulería, lo que provocó dudas de que tuviera éxito ya que pocas familias del pueblo no tenían un huerto donde recoger verduras para dar y vender; sin embargo el tío Pascual era clarividente y lo tenía todo pensado. Por ejemplo, en Ariño no se sabía lo que eran los plátanos y gracias a él los conocimos; los tomates canarios que maduran en invierno empezaron a verse allí; las naranjas no eran fruta propia de nuestro pueblo y los camiones naranjeros de Valencia venían de tarde en tarde, etc.; en definitiva, cuando fallaba alguna fruta u hortaliza en el pueblo la hacía llegar de otras partes y, en fin, que estaba siempre atento a las demandas que se iban produciendo, lo cual era, además de interesante para la tienda, un servicio para Ariño.

A medida que pasaba el tiempo iba introduciendo nuevos productos, algunos de ellos pensados para los niños, especialmente en la época de Reyes. Un año aparecieron en la ventana-escaparate bien iluminados una serie de juguetes que hizo que los niños dejásemos la malla metálica llena de los mocos que solíamos llevar en nuestras diminutas narices. Yo me centré en una pistolica niquelada que al apretar el gatillo podía hacer chispear a un rollo de martinas (un crepitante que se vendía en tiras) y ya no tuve ojos para ninguna otra cosa. Supongo que di la noticia en mi casa pero la insinuación de lo mucho que me gustaba no fue suficiente, porque entonces los Reyes no tenían los medios de transporte actuales y no llegaban hasta Ariño más que raras veces, y los padres nos solían regalar en esas fechas calcetines y cosas parecidas. La pistolica estuvo allí varios años y algunos chicos (no muchos) sí que las compraron, pero yo no estuve entre los agraciados.

Un día apareció en la tienda un producto que iba a tener gran éxito y, sin imaginarlo, gran inflluencia entre todos los niños del pueblo, especialmente los varones. Fueron los tebeos, que el tío Pascual, con su característico buen olfato comercial, supo acercar hasta Ariño supongo que desde Zaragoza o sabe Dios desde dónde. Primero fue “el guerrero del antifaz”, basado en las luchas entre moros y cristianos; luego “el pequeño luchador” que relataba aventuras entre indios y vaqueros del Oeste norteamericano; enseguida apareció “hazañas bélicas” que se inspiraba en acciones de la segunda guerra mundial y, al mismo tiempo, “Roberto Alcázar y Pedrín” que narraba aventuras de este atildado superdetective y un chavalín que era su compañero inseparable. En poco tiempo nuevos personajes fueron engrosando la lista de los anteriores como Carpanta, Mortadelo y Filemón (agencia de información), el reporter Tribulete (que en todas partes se mete), Zipe, Zape y don Pantuflo, etc., etc. Había una de aquellas publicaciones que, además de muchas historietas, traía los famosos inventos del profesor Frank de Copenhague; se llamaba TBO y supongo que el nombre de tebeos que dábamos a todas ellas, debía de provenir de esta. Actualmente se va popularizando la denominación de cómics que, aunque aceptable, no deja de ser un anglicismo.

Aquellos tebeos llegaban puntualmente cada semana y estábamos esperándolos como al agua de mayo. Comprábamos algunos y luego nos los prestábamos de unos a otros para reducir los gastos, que empezaban a parecerles excesivos a nuestros padres.

Aquello fue una revolución cultural que nos hizo visualizar muchas imágenes muy bien dibujadas, con poco texto, y darnos a conocer mundos fantásticos creados por aquellos maestros del cómic; y todo ello nos hizo adherirnos a los tebeos de una forma total: estábamos a todas horas leyéndolos y releyéndolos de día y de noche y, si bajaban la guardia nuestros padres, incluso durante las comidas.

Las personas mayores no aceptaron bien la nueva situación, primero porque nos gastábamos en ellos más perricas de lo que nuestras posibilidades aconsejaban, y porque nos veían “ciegos con los tebeos perdiendo el tiempo en una cosa inútil, dejando algo arrinconadas las asignaturas verdaderamente importantes de la escuela”.

Esta mala imagen sobre la lectura de tebeos duró varios años y yo tengo la satisfacción de haber sido uno de los primeros que los defendí y aconsejé su lectura porque me parecieron una manera estupenda de fomentar la lectura de los escolares también en sus casas. Además los mensajes que transmitían eran, a mi entender, graciosos en muchos casos y, en general, no perjudiciales para la formación de los niños.

Los maestros que había entonces en Ariño dejaron pasar la oportunidad de aprovechar este nuevo medio de expresión hecho a medida de los escolares, y más bien consideraron a los tebeos como una cosa poco seria e intrascendente, que no valía la pena ser tenida en cuenta a efectos formativos.

Volviendo al tío Pascual, parecía que se iba defendiendo bien con unas cosas y otras y entonces (en 1946), otra vez para sorpresa de sus convecinos, cerró la tienda y se trasladó con toda la familia, que hacía tres meses que había aumentado con un nuevo miembro, Antonio, a Muniesa.

Fue una nueva muestra de su carácter emprendedor y poco acomodaticio ya que vio mayores posibilidades de desarrollo comercial en aquel pueblo y no le importaron los esfuerzos e incomodidades que estos cambios de residencia y de actividad significan, con tal de sacar adelante en mejores condiciones a su familia, cosa que sucedió según lo previsto, y en Muniesa pudo alcanzar en no demasiado tiempo, una posición más que notable.

La casualidad, que a veces permite que nos encontremos con agradables sorpresas, hizo que un día coincidiéramos en una celebración Antonio (el hijo del tío Pascual) y yo, así que me vino a buscar para “conocer a la persona que su padre admiraba y le ponía siempre como ejemplo”, que resulta que era yo. Entonces descubrí que, sin saberlo, su padre y yo nos teníamos recíproca admiración. Fue para mí muy gratificante el que a una persona de gran valía como Antonio, que tenía en Madrid una brillante situación profesional le hubieran podido servir como estímulo mis esfuerzos por salir adelante estudiando (primero Peritaje y a continuación Ingeniería Superior) con unos recursos económicos muy limitados. A partir de entonces nos tenemos, sin vernos apenas, un verdadero aprecio, como si fuéramos viejos amigos.

No quiero terminar este relato sin aclarar un punto que pudiera inducir a confusiones: se trata de mi respeto por el oficio de minero. No podía ser de otro modo, empezando por el hecho de que mi padre, mis tíos y algunos de mis primos eran mineros, y siguiendo por que para mí cualquier trabajo serio y honesto es respetable. Por otra parte, aunque en la época de la que hablo los jornales eran bastante exiguos, con el dinero que se ingresaba y el trabajo de las tierras (en todo el término, huerta y secano se cultivaban) la gente se iba defendiendo mejor que hasta entonces y Ariño empezó a tener como un cierto florecimiento, ya que anteriormente la gente estaba razonablemente bien alimentada pero no sabía cómo era el dinero; sin embargo alabo la actitud del tío Pascual, que era un emprendedor que no se resignó a seguir la rutina imperante y buscó y encontró métodos para ganarse la vida decentemente con mejores perspectivas que las ordinarias, aunque ello supongo que le costaría más problemas, cavilaciones y dolores de cabeza de los que la gente se imaginaba. Por ello con el debido respeto a todos, reitero mi admiración por las aspiraciones y trayectoria del tío Pascual Alcaine, que fue, durante muchos años, convecino nuestro y, entre otras cosas, introductor de los tebeos en Ariño, para regocijo, placer y alegría (que no es poco) de la población infantil en aquella época.

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