viernes, 29 de enero de 2010

Confesiones

Hubo una época en que en Ariño había dos sacerdotes: uno de ellos era el párroco, y el otro, el coadjutor. Explicaba mi padre que, en cierta ocasión, se acercó una abuela al confesionario dispuesta a descargar su alma de pecados, y le dijo al sacerdote que en aquel momento actuaba de confesor, lo siguiente:

–Ave María Purísima.

–Sin Pecado Concebida –le respondió el sacerdote.

–Pues… confieso, padre, que tengo un pecado que me da mucha vergüenza decirlo.

–Venga, hija mía, adelante, que Dios todo te lo quiere perdonar –le animó el reverendo.

La buena señora siguió todavía un rato con sus remilgos hasta que, por fin, le dijo al confesor:

–Es que el otro día estaba dándole el almuerzo a mi nieto y, como es muy enredador, le pegó una patada al puchero, tiró las sopas de leche a la ceniza y me dio tal coraje que… ¡me cagué en los coj… del cura!

Aquel cura, que tenía una considerable dosis de socarronería, le contestó sin inmutarse:

–¡Pues habrá sido en los de mosén Nicolás, que yo los llevo muy limpios!

La señora tuvo el desliz de contarle lo sucedido a una supuesta amiga y al poco tiempo lo sabía todo el pueblo. Como era de esperar, los convecinos se partían de risa cada vez que lo comentaban.

En una época muy posterior, cuando ya solo había en el pueblo un sacerdote, que era mosén Manuel Úbeda (que por cierto nos bautizó a mis quintos y a mí), las confesiones se realizaban por un método simplificado que consistía en que el mosén iba preguntando si se había hecho esto o lo otro, y el presunto pecador simplemente respondía “sí, padre o no, padre”. Con estas facilidades, la gente se acercaba con menos corte al confesionario, las confesiones eran más completas porque la lista protocolaria estaba bien estudiada, y además se ganaba tiempo. Al final el sacerdote preguntaba si había algo más, por si acaso; y, si no lo había, aquí paz y después gloria.

Al lado del confesionario había un banco que algunas veces, especialmente por Pascua Florida, estaba ocupado en su totalidad por varones de diferentes edades que esperaban su turno. Un día había un hombre arrodillado confesándose y los del banco percibían el murmullo característico de la confesión cuando, de pronto, aquel hombre, en voz alta, exclamó: “¡¡Eso no!!”. Todos volvieron la cabeza extrañados, pero el hombre prosiguió sin dar más voces, terminó su confesión, se santiguó y salió de la iglesia.

Como al parecer era más precavido que la señora del relato anterior, no le dijo a nadie lo que le había preguntado el cura, así que nunca se supo; pero mucha gente se quedó con las ganas de saberlo, y también se iba comentando lo sucedido, dando pie a diversas especulaciones, así que no sé qué es peor.

Cuando falleció mosén Manuel, que era un sacerdote muy apreciado, vino al pueblo mosén José Fuster, que era bastante joven (poco más de treinta años) y llegó con aires renovadores, fruto lógico de su moderna formación en el seminario. Era activo y deportista y, por ejemplo, no le importaba subirse la sotana hasta la cintura y ponerse a jugar al fútbol si se daba el caso, cosa que nos dejaba admirados.

Acostumbrados los fieles de Ariño a los métodos de mosén Manuel nos extrañábamos de muchas cosas del nuevo cura, y una de ellas fue el cambio del protocolo de la confesión, ya que este sacerdote no preguntaba por los pecados, sino que esperaba, sin decir nada, a que se los recitasen. Este cambio significó para muchos algo difícil de aceptar y un día que estaba el mencionado banco de espera abarrotado de hombres, le tocó el turno a uno de cierta edad y dijo, como siempre, “Ave María Purísima”. “Sin Pecado Concebida” le contestó el reverendo, y se quedó esperando la enumeración de los pecados, y el otro a que el sacerdote se los preguntara. Cuando pasaron varios minutos, ambos en silencio, el arrodillado dijo “adiós buenos días”, se levantó, y se fue. Mosén José sacó la cabeza del confesonario y dijo “¡oiga, oiga!”…, pero el desertor siguió su camino sin volverse y murmurando por lo bajinis: “¡el pájaro no está dos veces en el nido!”.

También esta vez se comentó por el pueblo lo sucedido, y yo lo relato porque refleja la realidad y porque, bien mirado, tiene su gracia imaginar las caras que debían de poner mosén José y el malhumorado prófugo.

No hay comentarios:

Visitas desde el 15-09-2008
Visitas desde el 22-06-2009... contador de visitas
contador de visitas