domingo, 9 de noviembre de 2008

Los trovos


Este es un relato sobre actividades festivas que se practicaban en Ariño antes del año 1900, es decir hace más de cien años, cuando mi padre aún no había nacido, ya que nació en 1903. Esta considerable distancia en el tiempo desdibuja los sucesos y reconozco que entre lo que olvidó mi padre al contármelo y lo que he podido olvidar yo, pudiera ser que los detalles no sean exactos; pero el dejar constancia permite hacerse una idea, aunque sea aproximada, de costumbres pasadas que están a punto de olvidarse del todo.

Según mi padre, para alguna fiesta notable, que solía ser la de alguno de los barrios, se bailaba en la plaza el “paloteau”, que era una danza como las que se han rescatado de las costumbres antiguas en algunos pueblos. También se celebraban concursos de romances, que venían a ser los antecesores de las jotas de picadillo. A los actores les llamaban trovadores y a los romances, trovos. Me decía mi padre que en uno de aquellos concursos participó el suyo, es decir mi abuelo, José Macipe Giménez, que nació en 1861, así que tendría entonces menos de cuarenta años. Entre otras cosas, mi abuelo, decía:

En Ariño buenos vinos
de uvas de royal y blanca;
y aljez en las Salmorreras,
para hacer casas de planta.


Más adelante dijo:

Vino que del cielo vino;
vino con tanto primor,
que a un hombre sin saber letra,
le hizo ser predicador.

El oponente, contestó a mi abuelo José:

Canta canta “Caracol” (era el apodo de mi abuelo)
pero canta muy deprisa,
que aun aquí no estás seguro,

si te siente “la Bolisa”. (En Ariño se decía con frecuencia sentir en lugar de oír).

Según se ve, había varios trovadores, siendo uno de ellos el que contestaba a todos los demás, para lo cual se requerían buenas dotes de improvisación, ya que tenía que componer sus versos “sobre la marcha” y tener relación con los expuestos por sus oponentes.

La tía Bolisa era una mujer que se pasaba todo el año buscando caracoles, que los vendía o cambiaba por otros comestibles, y con eso se iba defendiendo.

Hablando de mi abuelo José, diré algo que invita a pensar, y es lo siguiente: nació el 19 de marzo de 1861 y le llamaron José, por nacer el día de este santo y por llamarse así su padre, lo cual no deja de ser una notable coincidencia; pero, para más casualidad, mi abuelo falleció el día de san José de 1937, siendo muy baja la probabilidad de morir precisamente el día del propio santo. ¿Verdad que son demasiadas coincidencias? No es la primera vez que observo estas cosas tan poco probables; por ejemplo, un gran amigo mío que, por cierto fue una de las mejores personas que he conocido, se llamaba Saturnino Navascués y falleció el día de san Saturnino. Recientemente mi hijo Joaquín, haciendo un adelantamiento con su furgoneta, chocó de frente contra un Audi y “milagrosamente” nadie se hizo la más pequeña herida a pesar de que los coches quedaron “para el arrastre”. ¿A que nos deja pensativos el hecho de que esto sucediera el día de san Saturnino, es decir del santo de mi entrañable amigo?

Cada vez tengo más claro que solo conocemos y, además muy superficialmente, un pequeño número de cosas.

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