martes, 3 de abril de 2012

¿Derecha o izquierda?


La anécdota siguiente sucedió hace muchos años en Calanda y me la contó mi buen amigo Manuel Omedas a quien en Ariño llamamos cariñosamente el Manolo Omedas, sin perderle por eso ni un ápice del general respeto que por su bondad y brillante ejecutoria tiene bien ganado en nuestro pueblo.

Sabido es que en aquella época cuando los pueblos se ponían de fiesta llegaba puntualmente un fotógrafo con su equipo instrumental, que no era pequeño. A simple vista consistía en un elemento principal, que era la cámara que a veces llevaba adosado un trípode y otras era desmontable. Cuando estos artilugios se ponían en pie causaban respeto por su forma y dimensiones y porque de la cámara salía un fuelle de cuero negro que servía para distanciar los dispositivos fotográficos internos y así enfocar. En la parte trasera había como una manga de tela hecha a medida de la cabeza del operador que, metiéndola por allí, comprobaba si el enfoque estaba bien hecho sobre una pieza de cristal esmerilado y oscurecido donde creo que se formaba invertida en negativo la imagen del sujeto a fotografíar, tras pasar la luz por una lente bastante grande que había en primer plano. Cuando todo estaba correcto y procurando la inmovilidad de todos los componentes de la fotografía, se añadía un papel sensibilizado donde quedaba plasmada para la posteridad la imagen que, una vez fijada y secada, se entregaba al cliente que generalmente quedaba contento de verse reflejado en aquel papel blanco brillante tan aparente.

Cuando la circunstancia lo requería había que utilizar los fondos idóneos, que eran pantallas de hule grabado. Otras veces el sujeto a fotografiar prefería aparecer montado en un caballo de cartón pintado de mayor o menor tamaño según las necesidades del cliente y cosas así.

A uno de estos profesionales que tenían algo de misteriosos por sus manejos y espectaculares resultados, se acercó en Calanda un chaval que por lo visto era un artista de la bicicleta tanto por la velocidad que alcanzaba como por las florituras que hacía con ella y le preguntó si sería capaz de retratarlo yendo a toda velocidad de frente hacia la máquina. Mientras el aludido se rascaba la cabeza (cosa que a veces estimula el funcionamiento del contenido) llegó a ver la solución, y por tanto la respuesta a la dudosa pregunta fue afirmativa, pero para llevar a buen fin el resultado le explicó al chico lo siguiente:

El fotógrafo trazaría en el suelo a unos dos metros de la cámara una raya, el chico vendría de lejos a la velocidad acordada y al llegar a la raya, el fotógrafo, tras accionar el disparador se apartaría hacia la derecha con la cámara bien sujeta y el ciclista, para evitar la colisión, debía trasladarse a la izquierda lo más rápidamente posible.

Una vez explicadas las instrucciones se procedió a llevarlas a la práctica, pero se habían olvidado ambos de acordar que se trataba de la derecha y de la izquierda del fotógrafo y no de la derecha del fotógrafo y de la izquierda del ciclista.

Por causa de esta imprecisión fueron los dos a coincidir al mismo sitio y ya podéis imaginaros el descalabro que se organizó con el amontonamiento de fotógrafo, ciclista, máquina y bicicleta, todo ello a su máxima velocidad, aunque en sentidos equivocados y por tanto coincidentes.

Una vez recogidos los tiestos y restañadas las heridas causadas por semejante malentendido, me parece interesante hacer un comentario final de mi cosecha y por tanto no imputable al amigo que me explicó la anécdota relatada:

Ahora que hay una sobredosis de política en el ambiente y se habla (para mí, demasiado) de derechas y de izquierdas, ¿no estaremos yendo a darnos tontamente un encontronazo y un revolcón de mayor entidad que el de Calanda, por no dedicar la suficiente reflexión, moderación y aclaraciones entre unos y otros, especialmente si somos del mismo país, del mismo pueblo e incluso de la misma familia?

En esto los ciudadanos que gestionan las cuestiones que llamamos políticas, contraen en mayor grado (por no tener en cuenta lo dicho en el anterior párrafo) responsabilidades que a veces les pasan desapercibidas (o al menos así quiero creerlo).

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