martes, 12 de abril de 2011

Apuntes sobre la felicidad

Hace pocos días oí una estadística sobre la felicidad, en la que resultaba que Europa es el continente con mayor número de personas felices, por cada mil habitantes, de todo nuestro planeta.

La primera pregunta que se me ocurrió fue la forma en que se midió la felicidad, que es algo tan intuitivo y tan difícil de cuantificar. Finalmente pensé que debió de ser tan sencillo como computar encuestas del tipo de la siguiente: “¿Es usted feliz?” y apuntar un sí, un no, o un “no sabe, no contesta”. Aunque el procedimiento carezca de rigor científico, no por ello debe despreciarse, ya que el método científico no siempre es aplicable a todo lo que se nos ocurre.

Esto de que Europa sea el continente más feliz era, para mí, el resultado más previsible; pero la sorpresa aparece cuando a continuación se especifica que España, Grecia y Portugal (¡siempre el mismo trío!) eran los países menos felices de Europa, a pesar de que nuestro sol, nuestras playas y monumentos, la dieta mediterránea, etc., atraen tan masivamente al resto de europeos, y aunque el mayor índice de depresiones y de suicidios se dan en los países nórdicos, donde apenas ven el sol. Al respecto me aclararon un detalle y es que estos índices negativos de los europeos del norte están mejorando notablemente desde que usan con profusión lámparas que emiten radiaciones similares a las solares. (A estos tíos no se les escapa ni una).

Escuchando todo lo anterior iba yo de sorpresa en sorpresa y recordando aquello de “a la cama no te irás, sin saber una cosa más”, cuando en el referido estudio establecieron que la causa más probable de la felicidad no eran ni la dieta mediterránea, ni la simpatía de los latinos, ni el esplendor y duración de nuestro sol, sino que se trataba de que “la felicidad está directamente relacionada con la confianza en las personas del entorno”. Es decir que los españoles, los portugueses y los griegos, somos los que menos nos fiamos de nuestros vecinos y en general de nuestro entorno.

Luego, ordenando un poco las ideas, la rotunda afirmación anterior ha ido tomando sentido para mí, mediante los siguientes razonamientos:

Realmente las personas nos vemos inmersas en contextos muy variados y coexistentes. El primero es el de la familia de origen, luego suele estar el escolar, más adelante el universitario, después tenemos el laboral, el del matrimonio, el de los hijos, etc., etc. He nombrado los clásicos (que por cierto han sufrido últimamente importantes alteraciones) y he dejado para el final el de los amigos, no por ello el menos importante sino que muchas veces es el más influyente en nuestras vidas a pesar de ser un grupo reducido, ya que los verdaderos se suele decir que se cuentan con los dedos de una mano.

En los etcéteras del párrafo anterior caben infinidad de grupos que nos influyen también a veces poderosamente. (Citaré más adelante alguno).

Muchas veces llegamos a conocer a una cantidad limitada de los integrantes del grupo de pertenencia y en numerosas ocasiones a ninguno. Podría citar muchos ejemplos, pero me referiré a uno muy frecuente, que es el de personas que junto a nosotros abarrotan los autobuses en cualquier ciudad.

Algunos de los grupos de convivencia nos vienen impuestos “cósmicamente” (palabra de Joaquín), como pueden ser nuestros padres y el contexto familiar centrado en ellos; sin embargo muchos de los otros grupos podemos elegirlos y a veces cambiarlos.


Apuntada pues nuestra profusa pertenencia a grupos, tengo que decir varias cosas: la primera, que el grupo va a influirnos notablemente, de manera que si las personas que lo componen tenemos la suerte de que sean de calidad seremos algo más felices, y si no son de tan buena condición, nos veremos perjudicados por ellos en nuestra felicidad. Así que atentos al análisis del grupo al que pertenecemos, porque nos jugamos la felicidad, a pesar de que el cambio de grupo sea factible y no lo hagamos por rutina o dejadez. Un ejemplo sencillo de sustitución sería el del grupo citado del autobús que puede sustituirse utilizando el coche, en cuyo caso pasamos a engrosar el de los automovilistas, que en algunos casos reducirá la incomodidad pero, en cambio, posiblemente aumentará el riesgo. Otras veces es muy difícil el cambio y no nos queda más remedio que resignarnos ante la dificultad de la sustitución.


Nosotros también influimos más o menos en el grupo, así que en este caso seremos responsables (en mayor o menor medida) de la felicidad o infelicidad de otros. Por tanto hay que estar muy atentos a evitar ese tipo de perjuicios a los demás. Esta postura de atención en este tema a veces mejora la calidad de los grupos por los efectos acción- reacción, y espiral, que trasciende, a veces rápidamente, a muchos de sus componentes.


No quiero terminar estos apuntes sobre dinámica de grupos sin citar el de las personas que conviven en un mismo pueblo. Tengo que decir que, lamentablemente, la convivencia del mío se ha estropeado con el paso de los años, de tal forma que de ser ejemplar en mi época de juventud, ha pasado a ser, en muchos casos, algo peor que mediana, de tal modo que si los de la estadística que he comentado al principio tomasen datos en Ariño sobre la felicidad, seguramente no seríamos los más admirados. Me parece que estamos estropeando la armonía social (que una vez más digo que es uno de los objetivos más buscados en la vida), por causa de asuntos y viejas rencillas que muchas veces no valen la pena. Deberíamos pues tratar, aunque fuera poco a poco, de mejorar nuestro clima social, hasta volver a ser ejemplares en este asunto tan importante.


Definitivamente, creo que las estadísticas que oí y que me provocaron estas reflexiones, aunque las he calificado de poco científicas, tienen un componente positivo que nos debería hacer reflexionar seriamente y nos hacen intuir que, efectivamente, los grupos de ciudadanos españoles, en general son algo mejorables con relación a los de otros países de nuestra Europa y, como consecuencia, nuestra felicidad es menor (¡vaya gracia!) que la de casi todos los demás países de nuestro entorno europeo.

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