jueves, 4 de noviembre de 2010

Mis primeros recuerdos

Es una pregunta interesante: ¿Cuál es tu primer recuerdo? Si la hiciésemos con frecuencia aprenderíamos bastante. Analizando esta pregunta, que nos la podemos hacer incluso a nosotros mismos, también encontramos curiosidades que dan que pensar.

Generalmente se trata de hechos que nos asustan o de otros que nos producen satisfacción. Muchas veces hay varios de distinta naturaleza que ocurren en una misma época (se ve que cuando comenzamos a tener uso de razón por elemental que esta sea).

El asunto tiene su miga, como suele decirse, especialmente para los entendidos. Para mí, que no estoy entre ellos, solo tengo constancia de cuatro primeros recuerdos: dos son desagradables porque uno es de alguien que se hace daño (la caída de un soldado de un caballo al espantarse este, y la caída de una señora que, esperando en una cola, se cae a un zarzal por empujón de un guardia), y otros dos, que son agradables y los explicaré más adelante.

Los primeros no me supusieron ningún trauma, pero me asustaron; los agradables me han influido positivamente. En uno de estos me veo en la calle, muy cerca de la pared, al lado de la casa de mis abuelos Domingo y Petra sentado en el suelo con una sierra de juguete que me trajo mi madre, cortando palos de romero, que eran lo más abundante por aquel entorno. Mi actividad era tan entretenida que me pasaba así horas, y la recuerdo con agrado.

No pasaba desapercibida mi presencia para mis vecinos más próximos, que me alababan por mi constancia, reposo y agrado con aquel juguete y me catalogaron, ya tan pequeño, como formal y capaz de divertirme, durante horas, con cualquier juego.

El otro recuerdo agradable fue que, estando entretenido por alguna parte del patio de mis abuelos, oí un gran alboroto y al salir vi que había mucha gente entre los residentes normales de la casa y los vecinos que habían acudido Se trataba de que acababa de “aterrizar” allí mi tío Antonio “El morel” que había venido nada menos que desde Teruel (capital que está a unos cien kilómetros de Ariño). Contaba mi tío, con gran desparpajo, que se había evadido (con intención de regresar) de un batallón de prisioneros de guerra que estaban explanando el ensanche de Teruel al otro lado del viaducto. Toda esta circunstancia da idea del atrevimiento y valentía de mi tío, corriendo el riesgo de que, a pesar que los pases de lista los hacía por él un compañero, los descubrieran y les cayera, a los dos, un buen paquete.

Mi tío me trajo (y aún hoy es una incógnita cómo pudo conseguirlo especialmente en aquella época de miseria), un espectacular caballo oscilante de cartón, tan grande como yo. Para mí aquel juguete fue algo maravilloso que utilicé durante años e hizo que mi tío fuera, para mí ya desde entonces, durante toda su vida, , una especie de rey mago.

Todo esto sucedía en un entorno de Ariño muy pequeño: “la subida al Calvario” en la entrada de cuya calle estaba la casa de mis abuelos. Un poco más arriba estaba la de “los Moscas” con los que nos llevábamos muy bien. Sin desmerecer a nadie de aquellos vecinos, especialmente la tía Serafina era una persona encantadora, igual que su marido, el tío Rafael. Las personas con quienes me encuentro de aquella familia siempre me dicen que mi abuelo “era el hombre más bueno del pueblo”, lo que me emociona cada vez, y me reafirma en el concepto que yo mismo tengo de él

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