jueves, 26 de mayo de 2011

Mayo, el mes de María

Ahora mayo, para el común de los mortales, es un mes cualquiera, con la particularidad, generalmente asumida por todos, de que dentro de poco no aparecerán de improviso heladas, nevadas, ni meteoros intempestivos, pues todo el mundo sabe que hasta el cuarenta de mayo no se quita el golfo el sayo, lo cual, entre otras cosas, es indicativo de que los golfos no son tontos y saben protegerse, razonablemente bien, de las inclemencias atmosféricas.

Hubo una época en Ariño, cuando aún teníamos cura (ahora parece que ya somos incurables), en que el mes de mayo era especial porque se había reservado para agasajar a la Virgen María y de hecho lo llamábamos el mes de María y también el mes de las flores, porque le llevábamos las más bonitas que encontrábamos (Acordaos de aquella canción de "Venid y vamos todos con flores a María…").

Los escolares y nuestros maestros participábamos de aquel ambiente y una tarde por semana (creo), en perfectas filas, los chicos encabezados por sus maestros y las chicas por sus maestras, a una prudencial distancia entre filas (sabido era que el hecho de estar chicos y chicas próximos era, sin más averiguaciones, seguramente pecaminoso). Y aunque no lo fuera, en aquella tierna infancia nuestros inocentes ojos se giraban demasiado hacia las chicas cuando íbamos en fila, y a alguna en particular con más intensidad o frecuencia, si Cupido había hecho uso de sus prodigiosas flechas. Todo esto dentro de lo que podemos llamar inocentes sentimientos platónicos infantiles.

Dentro de la iglesia a los chicos nos situaban en la parte del Evangelio y a las chicas en el lado de la Epístola, es decir a izquierda y derecha respectivamente, según se accede al interior. Allí rezábamos y cantábamos en voz alta, e incluso algunas chicas eran designadas por sus maestras, de acuerdo con el sacerdote, para ofrecer, cruzando el altar de parte a parte, flores a la Santísima Virgen y poesías cortitas y bien aprendidas, que generalmente se recitaban a toda velocidad por causa de la timidez y del agobio de recitar con la iglesia llena de gente. Muchas veces, por causa de esta situación emocional de la improvisada poetisa (y de la ausencia de megafonía), apenas oíamos lo que se estaba recitando.

Por aquel tiempo aterrizó por Ariño mosén José Fuster (q.e.p.d.), sacerdote que dejó en muchas personas del pueblo muy buen recuerdo, porque a su desenfado e ironía propias de su especial forma de ser y de una moderna formación sacerdotal, unía una encomiable voluntad de ayuda a cualquiera que lo necesitase, lo cual le hacía ser persona muy querida por muchos, entre los que me incluyo.

Una de las rupturas con las prácticas tradicionales consistió en decirles a los maestros que en aquellas actividades poético-religiosas del mes de mayo tenían que participar también los varones. Así que de inmediato (junto con algún que otro compañero) me tocó la china de aprenderme una poesía y dejar a los pies de la Virgen la correspondiente ofrenda floral.

Repito que por aquel entonces esto se consideraba labor de chicas y el pasar a ponernos en su mismo lugar nos producía un rubor más que mediano; sin embargo las órdenes de los maestros eran inapelables, así que tuve que salir hasta el lado de la Virgen y decir la siguiente poesía:

Aquí tenéis, Virgen mía,
un manojo de romero.
Es una planta que luce
su ropaje siempre fresco,
aunque la helada la hostigue
y la combatan los vientos.
Por eso, por ser así,
es el símbolo perfecto
de una virtud sin la cual
pierden las otras su precio.
Se llama perseverancia,
y esta hermosa virtud quiero
que brille siempre en mis obras,
pues de esta suerte pretendo
ser digno de que me mires
con cariñoso respeto:
Que me hagas feliz aquí,
y más feliz en el Cielo.

Dejé mi ramo de romero a los pies de Nuestra Señora y me retiré, como pude, hasta mi sitio en los bancos, con mi corazoncico a punto de explotar.

Sin saberlo entonces, la perseverancia que de boquilla le pedí a la Virgen reconozco que me fue concedida. Lo de la felicidad aquí, era pedir demasiado, pero también me asignó un alto porcentaje y lo del Cielo ya se verá (Dios quiera que dentro de bastantes años), aunque tengo la esperanza, cada vez más arraigada, de que Nuestro Padre está deseando que no tengamos problemas en este aspecto y además nos da el recurso de arreglar nuestras deudas cuando alguna vez, sin muy mala intención, sacamos, un poco, los pies del tiesto.

Y para terminar, confieso que estoy deseando llevar este mes de mayo, después de tantos años, un ramico de romero a los pies de Nuestra Madre y estoy seguro de que en sus labios voy a adivinar una dulce sonrisa, cuando recuerde a aquel chavalín que, de pequeño, puso también a sus pies, sin saber entonces muy bien lo que hacía, un manojo de romero.

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