jueves, 11 de diciembre de 2008

La serpiente

En mis correrías por el río Ariño atrapando peces y ranas, me tropezaba con frecuencia con culebras de agua que me daban algo de temor, pero no demasiado. Cuando era más pequeño no les tenía ningún miedo, e incluso para mí eran como juguetes; pero cuando fui creciendo, la gente me contagió un poco la aprensión tan generalizada que existe hacia estos bichos y les fui cogiendo algo de manía, aunque no mucha.

En mi trato con ellas, tenía una idea clara: que las culebras de agua no atacan ni son venenosas, y las de tierra pueden serlo o no.

Una tarde estaba en el río Ariño por la zona del puente de las tres arcadas, que es el que hay en la salida hacia Oliete, y me puse a pescar a mano, justo debajo de las lastras que tienen marcadas las huellas de los dinosaurios.

Había en el sitio elegido un montón grande de piedras, la mitad dentro del agua y la otra mitad fuera. Empecé a meter la mano y el brazo hasta el codo, rasante por la superficie del agua, por ver si tocaba algún pez y sentí un pinchacico, como si hubiera tocado una espina. Saqué la mano y volví a meterla con más cuidado. Toqué algo blando y la saqué deprisa. Entonces apareció cogida al dedo meñique de mi mano derecha una culebra no muy gruesa, de unos cuarenta centímetros de longitud, que inmediatamente se soltó y cayó al agua, porque debió de asustarse casi tanto como yo. Parece que la estoy viendo cogida en mi dedo, vertical y muy muy amarilla.

Salí del río y reflexioné que, según mis conocimientos, no era una culebra de agua (porque estas no muerden) sino que, siendo de tierra, debía de estar en las piedras justo por encima del nivel del agua, que era por donde más o menos mi mano se había ido moviendo. Siguiendo el razonamiento, si no era de agua podía ser una víbora y me había picado; así que, dando como muy probable esa hipótesis, tenía que buscar rápidamente una cuerda o algo para hacerme un torniquete en el dedo e impedir que el veneno me subiera por el brazo. Encontré enseguida un cable de teléfono, con alma de acero forrada de tejido que, aunque era demasiado rígido, pudo servirme más o menos para lo que pretendía. (Siempre me ha extrañado al recordar el suceso, que estuviera aquel cable tan a mano en aquel sitio tan silvestre).

Una vez hecho el torniquete, me dispuse a ir directamente al consultorio de don Tomás, que estaba en la que hoy se llama “la replaceta del médico”. Para ello subí por la cuesta de las eras , crucé por detrás de la torre y llegué al consultorio. Hay que decir que el recorrido fue de unos dos kilómetros y todo cuesta arriba.

Entretanto no tenía fuertes dolores, pero vi que mi dedo se iba poniendo negro, con lo cual me reafirmé en la idea de que, efectivamente, había sido una víbora lo que me había picado.

El médico no estaba en el consultorio, pues había salido y tardaría en volver. Con esta noticia me sentí desamparado y decidí acudir a mi casa en la calle santa Bárbara.

Estaba mi madre en la calle charlando plácidamente con algunas vecinas, cuando aparecí por allí con mi dedo ennegrecido y le dije a mi madre que me había picado una víbora. Ella me dijo: “¡A ver ese dedo!”. Y acto seguido me deshizo la atadura del alambre. Para mi sorpresa, inmediatamente el dedo se puso de un delicioso color sonrosado. Ante esta evidencia, se vino a tierra mi hipótesis sobre el tipo de picadura y solo se me ocurrió pensar: menos mal que no estaba el médico, porque se hubiera reído de mí.

Con los años he sabido que, por mi errónea teoría sobre las serpientes, no me jugué el dedo de milagro, ya que llevé el torniquete bastante más de media hora. Suerte tuve de que el cierre de la circulación no debía de ser total, por lo poco adaptable que era el cable telefónico.

El susto de aquel día fue morrocotudo y recuerdo aún cada detalle; sin embargo se ve que no me traumatizó el cerebro, porque seguí con mis costumbres de pesca como si nada hubiera pasado.

La conclusión que saqué finalmente es que la serpiente en realidad era de río y un dedo moviéndose en el agua debió de parecerle un pececillo y simplemente quiso merendárselo. La sorpresa que debió de llevarse la culebra al ver la reacción del “pececillo” también debió de ser notable. Puede que en el futuro, si salió viva del susto, se volviera vegetariana.

No hay comentarios:

Visitas desde el 15-09-2008
Visitas desde el 22-06-2009... contador de visitas
contador de visitas