Contaba mi padre que en el Congreso de los Diputados había uno del que nadie sabía como tenía la voz o incluso si era mudo, ya que nunca decía nada, fuera cual fuera el tema debatido. Esto le daba cierto aire de persona inteligente, ya que se suele presuponer que si alguien habla poco es porque tiene pensamientos profundos.
Por fin un día pidió permiso para hablar y, ante el silencio y la expectación general, se levantó y dijo:
“¡Por favor, cierren esa ventana de ahí, que entra un poco de frío!”.
Podemos imaginar la cara de asombro que pusieron todos y creo que a partir de aquella sesión al diputado silencioso ya no le consideraron tan inteligente como hasta entonces.
He oído decir que en Congreso actual hay un elevado número de diputados silenciosos, pero ahora no es por falta ni sobra de inteligencia, sino por otras razones, que todos conocemos.
Por fin un día pidió permiso para hablar y, ante el silencio y la expectación general, se levantó y dijo:
“¡Por favor, cierren esa ventana de ahí, que entra un poco de frío!”.
Podemos imaginar la cara de asombro que pusieron todos y creo que a partir de aquella sesión al diputado silencioso ya no le consideraron tan inteligente como hasta entonces.
He oído decir que en Congreso actual hay un elevado número de diputados silenciosos, pero ahora no es por falta ni sobra de inteligencia, sino por otras razones, que todos conocemos.
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