domingo, 21 de octubre de 2012

El río Martín (II)

Continuando con mis evocaciones sobre el río Martín, añadiré que se podía y solía practicar la pesca, lo que proporcionaba una gran distracción, sobre todo a los chavales. Las artes que se empleaban para este fin eran: la caña, la pesca a mano, la red, el botrino, el cañar y la dinamita.

La pesca con caña era la que tenía mejor aceptación entre los chicos y para ello se utilizaban medios muy precarios: una caña de cañar, un trozo de liza, un corcho de botella arreglado, unos pocos centímetros de pelo de jabalí y un anzuelo. El plomo se recogía en un vertedero de acumuladores viejos, o se utilizaban los perdigones de caza. El sedal de nylon no se había inventado y las cañas de bambú o de fibra de vidrio no se conocían, así que el ajuar resultaba barato y fácil de transportar. Esta modalidad de pesca era de escaso rendimiento, lo que dio lugar al dicho siguiente: “pescador de caña y labrador de poligana a pasar mucha gana”. Lo cierto es que se precisaba mucha paciencia, pero las capturas eran emocionantes y compensaban las largas esperas entre “picadas”.

La pesca a mano la practicaban unos cuantos valientes, ya que requería bastante esfuerzo postural y además siempre estaba la posibilidad de tropezarse con culebras, y no todos se atrevían a encontrarse de improviso con ellas. Ahora bien, cuando en un agujero localizabas una madriguera de peces, era una sensación fenomenal y generalmente bastante productiva.

La pesca con red la conozco de oídas, ya que era un aparejo que escaseaba y creo que tenía algunas connotaciones de ilegalidad de cierta importancia.

El botrino, del que he oído hablar pero no sé muy bien cómo es, parece consistir en un arte de pesca del que, ni la RAE, ni las enciclopedias, ni internet, dan explicaciones, pero en Ariño lo utilizaba, así como el cañar, un hombre del pueblo (“el tío Dominguico”), que vivía en una vivienda-cueva que había enfrente de la chopera blanca. Parece ser que estos artificios eran algo difíciles de instalar, pero producían buenos resultados.

He dejado para el final el método de la dinamita que era una bestialidad ecológica que se cargaba a todo bicho viviente que estuviera en el agua en las proximidades de la actuación. Después de la explosión salían a la superficie, con el vientre hacia arriba, todos los peces alcanzados por la onda explosiva, que a veces eran numerosos. Este método tenía un gran peligro para el operador, ya que el cartucho tenía que lanzarse al río cuando le quedaba muy poca mecha para arder, de modo que pillara a los peces totalmente desprevenidos ante el trance letal que se avecinaba.

La certeza del riesgo para el pescador era incuestionable, porque en el pueblo había un hombre al que llamábamos “el tío Manco”, que era la prueba palpable de la práctica del método descrito.

Los cartuchos procedían de las minas o de las canteras, ya que el control de explosivos no era tan estricto como en la actualidad y de hecho en las casas de los mineros se veían, sin el menor disimulo, cartuchos de dinamita colgados en las paredes, generalmente del granero.

Al principio, aunque puede que existiesen normas escritas sobre la pesca, nadie las tenía en cuenta, salvo para los casos que hemos citado como peligrosos o abusivos y se consideraba perfectamente normal que cuatro chavales pescasen con caña en el río los peces o cangrejos que estaban destinados a ser aniquilados por la primera tormenta o por el vaciado del pantano. Hoy, que vivimos en una sociedad más moderna y teóricamente más avanzada, el tocar a alguno de estos animalejos podría “costarnos un serio disgusto” y, en cambio, el asalto a las propiedades particulares se produce con frecuencia sin graves consecuencias para los autores, que reinciden una y otra vez. Estos son algunos de los fenómenos paradójicos que deslucen lo que llamamos progreso.

Lo que se pescaba en el río Martín eran madrillas, barbos, algunos cangrejos procedentes del barranco de Alacón y raramente alguna anguila. De estas solamente vi dos: una la atrapó a mano mi tío Antonio (quien me dijo que pegaba unos mordiscos de cuidado) y otra, a la que la vi nadando con elegancia, a contracorriente, en la acequia del molino.

En cambio, en el río Ariño solo se localizaban madrillas y ranas. Es curioso constatar cómo pequeñas diferencias de hábitats separaban tan estrictamente a los ocupantes de los dos ríos.

El caso es que la presentación de una ristra de pececillos ubicados en un junco eran bienvenidos para cocinarlos, simplemente fritos, para cenar en cualquier casa de aquella sociedad escasa de proteínas y sobre todo, de grasas del tipo omega 3 que ahora tanto valoramos.

Volviendo a las particularidades de nuestro río Martín, diré que tenía unas cuantas detracciones por el sistema de tajaderas y de azudes para regar huertos en todo su recorrido, otras dos para las centrales eléctricas y una más para el molino de trigo. Las detracciones para las centrales y para el molino eran lógicamente solo transitorias, puesto que el agua utilizada era devuelta íntegramente al río a no mucha distancia del azud de captación, una vez realizado su energético cometido.

Una de las acequias servía para abastecer a la “central del Cubo” que llamábamos así, porque en la instalación hay un depósito que se utilizaba de reserva para compensar las oscilaciones del caudal de la acequia, que tenía planta cuadrada, suelo inclinado y unos doscientos metros cúbicos de capacidad.

Lo curioso de esta acequia es que tenía un uso compartido entre la central y los regantes y, hasta donde yo tengo noticias, se podía regar sin limitaciones. En estas condiciones debía de tener la central alguna dificultad de abastecimiento de agua a pesar del depósito de reserva, lo cual, unido a que una vez se llenaron de barro las tuberías anterior y posterior a las turbinas y durante las operaciones de limpieza murieron accidentalmente dos hombres (como he dicho anteriormente), debió de decidir a los propietarios (que eran los mismos que los de todas las centrales del río), al cierre definitivo de la del Cubo.

La acequia se siguió usando para sus otras aplicaciones. Una de ellas muy popular fue la de lavadero, porque era cómoda de utilizar tanto por la calidad de las zonas de cemento, como por el nivel y caudal del agua y, finalmente, por la existencia de varias higueras en la zona, en cuyas ramas se secaban muy ecológicamente las ropas una vez lavadas.

Mientras nuestras madres lavaban la ropa, nos dedicábamos a hacer continuas prácticas circenses en aquellas estructuras de cemento, a pesar de que ello suponía un cierto riesgo, sin que nadie nos pusiera cortapisas, porque, al menos así, estábamos entretenidos.

No puedo terminar sin citar una observación curiosa que me hizo mi padre un día que pasábamos por la orilla del río algo más abajo del puente colgante. Señalándome una roca suelta bastante grande que había en el centro del cauce sometida a una fuerte corriente, me dijo que aquella roca, lenta pero continuamente, iba subiendo río arriba, es decir en sentido contrario al del agua. En principio me pareció una broma, pero me lo dijo tan serio y tengo tal fe en la capacidad de observación de las gentes del pueblo, que lo creí y pensé que quizá en determinadas condiciones se socavaba la base de apoyo de la roca en la parte de ataque del agua y ello producía su giro en sentido ascendente. Me quedé con las ganas de dedicarle tiempo y medidas a la hipótesis para ver si podía confirmar la paradoja que me indicaba mi padre. La cuestión ha quedado ahí, pero, si fuera cierta la observación, podría generalizarse la teoría y establecer que las rocas de los ríos, en ciertos casos, unas suben y otras bajan, lo cual sería a mi entender un descubrimiento sorprendente y, por tanto, un detalle más del conocimiento de nuestro entorno.

El tema de cómo era este río a su paso por el término de Ariño en mi juventud, ha quedado reflejado a grandes rasgos en este y en mi anterior escrito. Por desgracia, el paso de los años no ha mantenido al río tal como era, ni mucho menos mejorado, sino todo lo contrario.

En mi próximo escrito, que es una comunicación que hice con motivo de la elaboración de un nuevo Plan Hidrológico del río Martín, que realizó la Confederación Hidrográfica del Ebro en el año 2008, describo la situación en aquel momento, que en líneas generales es la misma que en la actualidad; es decir que, a pesar de aquel bienintencionado intento de mejora, no se han logrado, por ahora, los objetivos previstos en él.



No hay comentarios:

Visitas desde el 15-09-2008
Visitas desde el 22-06-2009... contador de visitas
contador de visitas