martes, 13 de octubre de 2009

"Algo se muere en el alma"

Al amanecer del día cinco de septiembre pasado fallecía, en el hospital Miguel Servet de Zaragoza, Gregorio Palos. La noche anterior estaba muy malico y los que vivíamos cerca de él su terrible enfermedad teníamos el conflicto interno de desear que permaneciera con nosotros y, a la vez, que terminase su sufrimiento. Sucedió lo previsible y Gregorio se nos fue, dejando, con los esquemas rotos, a Conchita, Jesús, Manu, Goyo y Dani, así como a cada una de las personas que componen su familia. No voy a nombrarlas una por una porque la relación es muy extensa y todos sabemos quienes son, pero estoy seguro de que cada una de ellas lleva clavada en el alma la espina de lo sucedido a Gregorio. También le hemos llorado sus amigos, sus muchos amigos, que nos sentíamos casi como hermanos suyos, porque así se sentía él respecto a nosotros.

Hace poco más de dos meses irradiaba salud y fortaleza (no hace mucho me dijo que, aunque tenía sesenta y nueve años, se sentía como si tuviera veinte), pero un cáncer fulminante ha podido con él en muy poco tiempo. Cuando tuvimos la primera noticia alarmante, todos los que le queríamos (y le seguiremos queriendo), a la vez que desear ardientemente que la ciencia médica le encontrase alguna solución, empezamos instintivamente a hacernos a la idea de que dentro de poco iba a faltar en nuestras vidas la presencia física de Gregorio. Yo, a pesar de que no soy una persona de profunda fe, esta vez pensé que lo único que podía hacer era rezar para que se produjera el milagro de su curación. Imagino que para algo habrán servido mis oraciones, pero no hemos conseguido lo que yo vivamente deseaba.

Gregorio tiene muchísimos amigos en todas partes, porque todos los que le conocían veían enseguida que era una persona especial: noble como ninguno, generoso, honesto, valiente, y fuerte como una roca tanto en su físico como en su personalidad. Con estas cualidades básicas tan atractivas, evidentes e infrecuentes, no tiene nada de extraño que el número de sus amigos fuera tan elevado.

Hay una jota que parece estar hecha a su medida:

“Veinte partes de franqueza,
treinta de desinterés,
y cincuenta de nobleza,
eso es un aragonés”.

Eso era Gregorio y además de aragonés, era un auténtico aragonés, autenticidad que para mí significa que sus ideas y su forma de pensar podrían estar unas veces acertadas y otras no (nadie es infalible), pero su forma de actuar era siempre totalmente acorde con sus ideas, cualidad que en los tiempos actuales por desgracia no es demasiado frecuente.

Además de ser un paradigma de aragonés, Gregorio se sentía orgulloso de serlo. Quien le haya oído cantar “Soy de Aragón la tierra noble, la de los claros torrentes…” habrá comprendido perfectamente lo que quiero decir. Cuando cantaba “Granada” nos dábamos cuenta de que además de aragonés se sentía también muy español. No renunció tampoco en ningún momento a su Albalate que le vio nacer y también llevaba en el alma a Ariño donde acababa de construir con enorme ilusión y casi con sus propias manos una hermosa casa, lo que solo se puede hacer en los lugares que nos son muy gratos. Por eso en la noticia de su fallecimiento dije en Entabán que Gregorio era de muchos sitios y uno ellos, muy querido por él, ciertamente era Ariño.

Ya que he mencionado algunas canciones, tengo que decir que Gregorio era una de las personas que, para mi gusto, mejor cantaba la jota. Sus estilos y la forma de interpretarlos eran pura delicia. Tenía preferencia por los bravíos, esos que te erizan el vello. Pero sus condiciones para el canto y la música no se quedaban en la interpretación de las jotas y no se detenían ante ninguna dificultad. Dios le había dotado de esas cualidades de voz y de sensibilidad musical que a todos nos gustaría tener. En este aspecto tenía una integración total con su gran admirador y amigo Jesús Gareta con quien hace algunos años formaban un dúo que se denominaba “Los trovadores” que tenía más éxito del que ellos mismos querían admitir.

Jesús Gareta, en la iglesia de Albalate el día del funeral, haciendo de tripas corazón, homenajeó a su amigo del alma con una composición de partes de las canciones que a Gregorio le hubieran gustado oír y, con voz segura (con un punto de amargura) y una guitarra afinada como nunca, hizo llegar su fuerte lamento hasta el último rincón de la iglesia, y convirtió al auditorio en un mar de lágrimas. Fue uno de esos momentos de emoción, de pena, y de extraordinaria belleza que pocas veces en la vida se producen y nos dejan un recuerdo triste, pero hermoso e imborrable.

Volviendo a consideraciones más prosaicas sobre Gregorio, hay que reconocer que muchos estamos en deuda con él, porque siempre dio más que recibió. Simplemente el hecho de conocer y convivir con una persona como él tiene un inmenso valor ejemplarizante. Ariño en particular le debe algunas cosas que de una forma resumida quiero citar:

Trabajó siempre denodadamente y a la vista de todos están sus obras (“el que tenga ojos para ver, que vea”) y sobre todo repartió considerables cantidades de dinero comprando propiedades infrautilizadas de muchos vecinos de Ariño y, especialmente, generó muchos jornales y puestos de trabajo en nuestro pueblo durante años. Se podría pensar que a cambio recibió contraprestaciones de tipo patrimonial, pero en realidad fue un benefactor de Ariño porque el dinero que consiguió honradamente, se ha quedado en gran parte en manos de gentes de Ariño y en forma de realizaciones materiales visibles y convenientes para nuestro pueblo. Hubiera sido lógico y comprensible que los ingresos de su empresa los invirtiera en pisos y patrimonio en otros lugares, cosa que seguramente hubiese sido más rentable para él y para su familia; sin embargo ha quedado todo en Ariño salvo lo indispensable para sacar dignamente a su familia adelante. Por eso digo que Gregorio ha sido un emprendedor de los que tan necesitada está la sociedad y ojalá que en Ariño hubiera muchas personas de sus mismas cualidades.

Gregorio no ha sido, ni ha pretendido serlo, una ONG; pero las personas como él son especialmente beneficiosas para el entorno en que se desenvuelven. Y sobre todo, como he dicho antes, su efecto ejemplarizante tiene un valor extraordinario para los que tienen, hemos tenido, la suerte de conocerlo.

Su recia personalidad deja en su esposa e hijos un vacío inmenso que solo el paso del tiempo podrá mitigar y cuya percepción nos produce un dolor añadido para los que los queremos; sin embargo cuando contemplamos a los cuatro jóvenes que entre Gregorio y Conchita han sabido formar; que apuntan ya maneras de hombres admirables como su padre, pensamos que han de ser para Conchita un sedante de su amargura, y también la forma de encontrar un nuevo sentido a la vida por causa de las ayudas y consejos que van a seguir necesitando, así como una constatación permanente y consoladora de la obra más importante de todas compartida con Gregorio, que son Jesús, Manu, Dani y Goyo.

Que la Virgen del Pilar, de la que Gregorio era especialmente devoto, nos ayude a todos.

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