Tanto la huerta Mayor, que tenía una gran extensión, como la de la izquierda del rio, que eran tierras de labor con muchos y pequeños bancales, estaban trabajadas hasta el último rincón (aunque la mayoría de los propietarios fueran también mineros) y en ellas se cultivaban todos los productos que requerían las habituales necesidades caseras. Los ingresos en dinero (salvo en una época en que también los hubo por causa de una importante y continuada demanda de manzanas), eran exclusivamente los obtenidos en la mina, a pesar de que entonces los salarios no eran comparables con los de épocas posteriores. El caso es que allí existía una economía que podemos llamar “sostenible”, aunque fuera a costa de tener bastante trabajo y pocas vacaciones. Daba gusto ver toda la huerta tan bien cuidada.
Se vivía razonablemente bien, aunque tampoco
sobraba nada. Así que si nos imaginamos a Ariño en la época anterior a la de la
inauguración del pantano (que tuvo lugar en 1896), con pequeños huertos hechos en lugares
inverosímiles en el río Martín y los que a base de azudes se regaban con el río
Ariño exclusivamente en su margen izquierda; una población incluso mayor que la
actual y sin las nóminas mineras,
tenemos que intuir que aquellos antepasados debieron de pasarlas canutas y el
agua de este río debió de tener entonces un valor incalculable; por eso dije al
comenzar el artículo (I), que este río debió de ser algo importantísimo, por la
escasez de huerta que sufría la considerable población asentada en el lugar. Y
no digo nada de cómo debían de pasarlas los pueblos de secano que no tenían ni
siquiera un río Ariño.
Las circunstancias con el tiempo cambian, unas
veces a mejor y otras a peor, incluso a lo largo de una generación y no es mala idea el tratar
de adivinar el futuro y prepararnos para afrontarlo, en lugar de que las vacas
flacas nos cojan descuidados, con las huertas yermas y las pocas que aún pueden
ser rentables, en manos de propietarios más emprendedores que nosotros, que ni
siquiera habitan en nuestro pueblo.
A continuación citaré algunas
características que definen un poco más al río Ariño. La primera es que su
cauce es serpenteante (como el de casi todos los ríos) y tenía unas cuantas
ramblas de gran extensión (a pesar del pequeño caudal habitual). Esta
particularidad se debe a que, con cierta frecuencia, se producían importantes
avenidas, debidas a la extensa cuenca que originaba un no despreciable número
de barrancos, que normalmente estaban secos, pero a veces salían todos a la vez, por alguna razón que ignoro sobre las nubes, las corrientes
verticales y esos variados fenómenos
meteorológicos que conocen los entendidos (valga la obviedad).
Enfrente de nuestros huertos de los Padillos, pero un poco más arriba,
desembocaba el Valdecanales, con un
agua limpia habitada por una fauna
piscícola, ranil, arácnida y culebril, y por ratoncillos, topos y otros muchos animalejos de menor tamaño. En
fin, que se veía llegar, en ayuda del río, una constante vía de agua, plena de vida animal.
También en el río encontraban
un perfecto acomodo variadas especies de animales que las avenidas citadas no
hacían desaparecer. Estoy pensando en los de cierto tamaño, ya que los más
pequeños eran para nosotros no dignos de consideración a pesar de que, con los
años, comprendemos que el tema es más complejo, ya que los pequeños animales,
algunos casi invisibles, tienen un papel fundamental en lo que los expertos llaman cadenas tróficas. Desde
nuestro elemental punto de vista diré que el río estaba habitado por madrillas,
ranas, y un cierto número de culebras
(culebrillas) de unos cuarenta centímetros de longitud como máximo. Las ranas
eran las que se hacían notar más, por el coro nocturno que organizaban, que se
oía perfectamente desde la parte sur del pueblo, principalmente durante el
verano.
Me llamó siempre la atención
que cada río tuviera sus moradores específicos y como no hay regla sin
excepción, las madrillas podían verse en
los dos ríos, pero en cambio los barbos, las anguilas y los cangrejos, eran
habituales pobladores del Martín e inexistentes en el Ariño. Verdaderamente
suceden infinidad de hechos curiosos de los que no conocemos las causas ya que,
efectivamente, la ignorancia que tenemos de casi todo, es inmensa.
Otro punto especial que me
interesa señalar, es el cruce del río con el camino que conduce hacia el Chinebral, que luego continúa hasta
la alameda del Plano, cercana al Torreón
de los Moros.
Se llega al cruce indicado comenzando donde estaba el primer cuartel de
la Guardia Civil y bajando hacia el río
por la cuesta de las mangraneras
en la que había algunas, además de varios chincholeros. Los jóvenes quizá no conozcáis estas palabras
porque en castellano se dice granados, y chinchol es una palabra que ni
siquiera aparece en el diccionario; sin embargo estas palabras son parecidas a
como se denominan estos árboles y sus frutos en catalán. Es muy curioso que lo
mismo ocurre con muchas otras expresiones de términos agrícolas que se
empleaban en Ariño hace unas décadas, lo cual indica que la forma de expresarse
en catalán y en el aragonés de nuestro pueblo, debió de ser entonces bastante
parecida. Con un cierto complejo de inferioridad, hemos asumido que nuestra
forma de hablar era nada más que una incorrecta expresión del castellano,
cuando en realidad era un idioma que tenía, con toda su personalidad y derecho,
su propia forma en amplias zonas (con ligeras diferencias) del reino aragonés,
en el que se incluía el condado de Cataluña. Y cambiando un poco el tono del
discurso, y puestos a señalar cosas curiosas, también diré que en Ariño solo
existen (que yo sepa), árboles de estas especies en la referida cuesta.
Esta cuesta ha sido siempre muy
transitada por personas y caballerías y además fue el camino obligado para
llegar al campo de fútbol cuando este deporte vivió días de gloria en Ariño. El
campo de fútbol estaba en el Chinebral
y era un yermo (creo que del tío Victorio), que lindaba con una viña de mi
abuelo Domingo. En aquel campo se jugaron interesantes partidos a pesar de que
era bastante pedregoso, acosterado y no
tenía ni una mata de césped. Debido a esta falta de horizontalidad era muy
ventajoso el corresponderte la parte más
alta y además, si los jugadores de la parte favorable fallaban el tiro en las
proximidades de la portería contraria, el balón salía hacia el río Martín a
toda leche y había que esperar a que algún corredor lo alcanzase, para
continuar el partido. Se podría decir que, en algunos aspectos, aquello parecía
propio de una película cómica italiana.
Nuestro equipo era notable y
yo, que entonces era un chavalín, me maravillaba con las acrobáticas paradas de
dos porteros que luego fueron grandes amigos míos: me estoy refiriendo en
especial al Manuel el Pelegrín con quien nos seguimos viendo en la calle santa
Bárbara y Vicente Omedas fallecido hace
pocos años.
Me he salido bastante del tema
principal de mi artículo, pero no he podido evitar el recordar la relación que
para mí tenía el cruce del río con subir al campo de futbol a contemplar las
hazañas de nuestros futbolistas, que entonces algunos me parecían hombres
maduros, cuando en realidad eran todos, hasta los de más edad, bastante
jóvenes.
Para terminar mi larga exposición,
diré que en los Padillos y
alrededores, unas veces ayudando a mi padre, otras pescando madrillas,
atrapando ranas y tratando de localizar setas en los chopos, pasé mucho tiempo
de los veranos de mi adolescencia, con una obligación ineludible, que era la de
proveer diariamente a nuestra caballería de una saca de lastón, segado en los
ribazos circundantes, labor en la que me hice experto, ya que conocía
perfectamente las hierbas preferidas por el animal, aunque esta actividad me
costó unos cuantos cortes de hoz, cuyas señales conservo en los dedos de la
mano izquierda, ya que las zoquetas, que son la protección segura para segar la
mies, no servían para segar el lastón, por la pequeña longitud de este.
El caso es que en verano al atardecer
emprendíamos contentos mi padre, la caballería y yo, el camino de regreso a
casa, con alimentos para personas y animales y, muy frecuentemente, con un
talego de tela que contenía una mezcla de setas, ranas y caracoles.
Aparte, sujetos en un junco, traía una ristra de madrillas
que, fritas sin más, eran un bocado exquisito,
además de una fuente de las proteínas que escaseaban en aquellos
tiempos.
Las cosas cambian de tal modo,
que todo lo que inocentemente hacía sin perjudicar a nadie, ni afectar
negativamente al medio ambiente, hoy estará seguramente prohibido y severamente
castigado. Paradójicamente, muchas de
aquellas especies de animalicos estarán actualmente en peligro de extinción por
causas que deberíamos conocer y que, desde luego, no son la de algún que otro
chaval haciendo aquel combinado de caza/deporte/juego, que eran actividades
inofensivas, además de muy saludables y
atractivas.
Nuestro río seguía y sigue
mansamente su curso desde el cruce de la cuesta de las mangraneras y bordeando la partida de los Molinares aporta su pequeño caudal residual al Martín en el cortado escalonado de las Predicaderas. Como el pez grande se
come al chico, en aquella confluencia desaparece para siempre, absorbido por el
más caudaloso, aunque actualmente tampoco este sea gran cosa ni al parecer
merezca grandes cuidados de quien debiera proporcionárselos. Y así le va, a
pesar de que algún que otro francotirador, como el autor de estos artículos, de
vez en cuando, indique el lastimoso estado actual de nuestros dos ríos, que
fueron, hace tan solo unas décadas, un admirable regalo de la Naturaleza.