domingo, 28 de octubre de 2012

El río Martín (III)


EL RIO MARTIN EN EL TÉRMINO DE ARIÑO

Cuando por indicación de Joaquín Noé, alcalde de nuestro pueblo, Ariño, la Confederación Hidrográfica del Ebro me invitó a hacer una comunicación sobre el río Martín, tuve varios sentimientos contrapuestos: el primero fue de agradecimiento por haber pensado en mí para este cometido; el segundo de solidaridad y ternura por la posibilidad de hacer algo por nuestro querido y ampliamente compartido río, y finalmente, de impotencia, pues me hice la siguiente pregunta: ¿Qué puedo añadir yo, que soy un simple contemplador del río, a lo que tantas personas, en especial de la CHE, saben sobre él con extensión y profundidad? Prevaleció mi sentimiento de amor al río y, a pesar de todo, me dispuse a participar en el plan, con más voluntad que pretensiones sobre el valor de mi aportación al proyecto.

Leí la información que me envió la CHE y me gustó el título: “Plan hidrológico sobre el río Martín”. Acto seguido pensé: ¡Anda si existe un Plan sobre el río! ¡Esto significa que se está pensando en ayudarle! En este punto confieso que me surgió un suspicaz pensamiento: “¿Se tratará realmente de ayudarle, o más bien se pretenderá exigirle que nos sirva, aún más, él a nosotros?”. En este momento de duda recordé el enorme trabajo de limpieza que impulsado por la Confederación se hizo el año pasado en el cauce del río, y mi prevención desapareció completamente.

Después de ver las cifras, gráficos y datos de todo tipo sobre los temas que figuran en la documentación -páginas 80 a 113-¬ que la CHE me envió, entendí por qué la Confederación se llama “Hidrográfica” y me quedé asombrado de la cantidad de facetas analizables de nuestro maltrecho río.

He terminado el párrafo anterior con una expresión un tanto irónica, porque considero que el estudio polifacético y profundo del río y de su entorno es muy importante, es de gran interés la disponibilidad de estos datos, y hay que reconocérselo a quienes lo han realizado; pero me ha producido gran extrañeza que no se haya abordado una cuestión que, con pena y preocupación, comentamos continuamente los que física o anímicamente “vivimos muy cerca” del río. Se trata de que “¡los de Ariño consideramos actualmente al Martín, a su paso por nuestro término, como un río muy enfermo!”. No hay más que mirarlo con su cauce sucio y sus aguas negras. Con sus márgenes abarrotados de caótica vegetación que cada vez deja menos espacio para el paso de lo que, optimistamente, llamamos agua.

Se trata actualmente de un río al que no es prudente acercarse, tanto por el río en sí como por sus márgenes. Únicamente sirve -con reservas- para regar las huertas, porque la tierra lo soporta todo. Lo de la riqueza paisajística es una utopía y en el Parque Cultural del río Martín es bonito todo, menos el río, al menos a su paso por Ariño. Las especies piscícolas que todavía sobreviven habría que catalogarlas como de gran resistencia y además llegan a tener un gran tamaño porque nadie intenta pescarlas tanto por el peligro que entraña el andar por tales parajes como porque sería impensable usarlas como alimento. En el senderismo de la zona, el río en lugar de ser un aliciente se ha convertido en un serio problema. El balneario de Ariño, del que se halla construida la parte de tratamientos y en fase de proyecto un hotel anexo, va a tener un entorno, por causa del río, que será totalmente inconveniente. En caso de avenidas y arrastre de la enorme cantidad de vegetación existente, no queremos pensar en lo que puede ocurrir. Podríamos seguir enumerando perspectivas negativas debidas a las deplorables condiciones en que se halla este río, que lleva camino de convertirse en una especie de cloaca, oculta por una amenazadora masa vegetal, de no poner urgente remedio a su rápida degradación.

El año pasado se procedió a la limpieza de las márgenes y con ello “el multipatológico paciente” respiró aliviado y los que queremos al río también, y agradecimos el bienintencionado gesto y el importante esfuerzo, pero nos dimos cuenta de que se estaba practicando un tratamiento sintomático cuyos efectos tendrían corta duración. En efecto, la vegetación ha vuelto a crecer, hallándose todo casi como antes de la limpieza.

El objetivo que planteo es conseguir que el río tenga un agua de razonable calidad y unas riberas limpias y transitables. Esto, en un precioso entorno como es el de Ariño, es una aspiración que se comprende por pura evidencia, sin necesidad de rebuscados argumentos.

Antes de seguir debo manifestar que las gentes de Ariño no somos responsables de esta situación, ya que no añadimos vertidos contaminantes de ningún tipo, porque la actividad agrícola es mínima en todo el trayecto del río, la ganadera estabulada inexistente y la industrial se reduce a la minería. Para garantizar que ni esta ni los vertidos de la población son agresivos para el río, se cuenta con una planta de tratamiento de vertidos urbanos ubicada en el río Escuriza, en las proximidades de su confluencia con el Martín.

Tampoco los vecinos de Ariño podemos remediar la situación porque, además de no ser los causantes de la misma, tenemos un gran respeto por las atribuciones y competencias correspondientes a cada Entidad y sabemos que esta cuestión no está al alcance de nuestras posibilidades ni de nuestras atribuciones.

Nos limitamos a sufrirla, a exponerla, y a sugerir algunos remedios que, desde nuestra condición de profanos en la materia, nos parece que convendría aplicar y que podrían ser los siguientes:

1) Establecer protocolos de análisis del agua y seguirlos de una forma sistemática mientras subsista el problema.
2) Determinar en función de estos análisis y de las averiguaciones complementarias la naturaleza de los contaminantes.
3) Averiguar el origen de vertidos contaminantes y corregir las causas.
4) Investigar las causas del anómalo y exuberante crecimiento de la vegetación en los márgenes del río.
5) Hacer un plan para conseguir que la vegetación se mantenga en unos niveles razonables.

Una vez corregida la situación —tengamos fe en ello— creo que, desde la laxitud en el cuidado de la pureza del agua que ha prevalecido hasta ahora, no se debería pasar al extremo opuesto de convertir al río en “intocable”, pues con los ríos ha de mantenerse una fácil convivencia, compatible con el respeto. Es una cuestión de equilibrios. No es una meta imposible, porque ha sido la forma de convivencia que, durante muchísimos años, se ha mantenido con el río.

El Martín, nuestro querido y “ampliamente compartido” río, es para nosotros un regalo de la Naturaleza, que nos ha venido aportando, durante mucho tiempo, ayudas y satisfacciones. Reservamos para él diversos e ilusionantes proyectos de futuro que esperamos ir realizando paso a paso, pero, ante todo, tenemos el deber de procurar que salga lo antes posible del estado de postración en que se encuentra, que es lo que esperamos de la intervención de la Confederación Hidrográfica del Ebro.

NOTA NO INCLUIDA EN EL COMUNICADO
Este comunicado se escribió en el 2008. Han pasado cuatro años y cualquiera puede ver el deplorable estado del río actualmente.





domingo, 21 de octubre de 2012

El río Martín (II)

Continuando con mis evocaciones sobre el río Martín, añadiré que se podía y solía practicar la pesca, lo que proporcionaba una gran distracción, sobre todo a los chavales. Las artes que se empleaban para este fin eran: la caña, la pesca a mano, la red, el botrino, el cañar y la dinamita.

La pesca con caña era la que tenía mejor aceptación entre los chicos y para ello se utilizaban medios muy precarios: una caña de cañar, un trozo de liza, un corcho de botella arreglado, unos pocos centímetros de pelo de jabalí y un anzuelo. El plomo se recogía en un vertedero de acumuladores viejos, o se utilizaban los perdigones de caza. El sedal de nylon no se había inventado y las cañas de bambú o de fibra de vidrio no se conocían, así que el ajuar resultaba barato y fácil de transportar. Esta modalidad de pesca era de escaso rendimiento, lo que dio lugar al dicho siguiente: “pescador de caña y labrador de poligana a pasar mucha gana”. Lo cierto es que se precisaba mucha paciencia, pero las capturas eran emocionantes y compensaban las largas esperas entre “picadas”.

La pesca a mano la practicaban unos cuantos valientes, ya que requería bastante esfuerzo postural y además siempre estaba la posibilidad de tropezarse con culebras, y no todos se atrevían a encontrarse de improviso con ellas. Ahora bien, cuando en un agujero localizabas una madriguera de peces, era una sensación fenomenal y generalmente bastante productiva.

La pesca con red la conozco de oídas, ya que era un aparejo que escaseaba y creo que tenía algunas connotaciones de ilegalidad de cierta importancia.

El botrino, del que he oído hablar pero no sé muy bien cómo es, parece consistir en un arte de pesca del que, ni la RAE, ni las enciclopedias, ni internet, dan explicaciones, pero en Ariño lo utilizaba, así como el cañar, un hombre del pueblo (“el tío Dominguico”), que vivía en una vivienda-cueva que había enfrente de la chopera blanca. Parece ser que estos artificios eran algo difíciles de instalar, pero producían buenos resultados.

He dejado para el final el método de la dinamita que era una bestialidad ecológica que se cargaba a todo bicho viviente que estuviera en el agua en las proximidades de la actuación. Después de la explosión salían a la superficie, con el vientre hacia arriba, todos los peces alcanzados por la onda explosiva, que a veces eran numerosos. Este método tenía un gran peligro para el operador, ya que el cartucho tenía que lanzarse al río cuando le quedaba muy poca mecha para arder, de modo que pillara a los peces totalmente desprevenidos ante el trance letal que se avecinaba.

La certeza del riesgo para el pescador era incuestionable, porque en el pueblo había un hombre al que llamábamos “el tío Manco”, que era la prueba palpable de la práctica del método descrito.

Los cartuchos procedían de las minas o de las canteras, ya que el control de explosivos no era tan estricto como en la actualidad y de hecho en las casas de los mineros se veían, sin el menor disimulo, cartuchos de dinamita colgados en las paredes, generalmente del granero.

Al principio, aunque puede que existiesen normas escritas sobre la pesca, nadie las tenía en cuenta, salvo para los casos que hemos citado como peligrosos o abusivos y se consideraba perfectamente normal que cuatro chavales pescasen con caña en el río los peces o cangrejos que estaban destinados a ser aniquilados por la primera tormenta o por el vaciado del pantano. Hoy, que vivimos en una sociedad más moderna y teóricamente más avanzada, el tocar a alguno de estos animalejos podría “costarnos un serio disgusto” y, en cambio, el asalto a las propiedades particulares se produce con frecuencia sin graves consecuencias para los autores, que reinciden una y otra vez. Estos son algunos de los fenómenos paradójicos que deslucen lo que llamamos progreso.

Lo que se pescaba en el río Martín eran madrillas, barbos, algunos cangrejos procedentes del barranco de Alacón y raramente alguna anguila. De estas solamente vi dos: una la atrapó a mano mi tío Antonio (quien me dijo que pegaba unos mordiscos de cuidado) y otra, a la que la vi nadando con elegancia, a contracorriente, en la acequia del molino.

En cambio, en el río Ariño solo se localizaban madrillas y ranas. Es curioso constatar cómo pequeñas diferencias de hábitats separaban tan estrictamente a los ocupantes de los dos ríos.

El caso es que la presentación de una ristra de pececillos ubicados en un junco eran bienvenidos para cocinarlos, simplemente fritos, para cenar en cualquier casa de aquella sociedad escasa de proteínas y sobre todo, de grasas del tipo omega 3 que ahora tanto valoramos.

Volviendo a las particularidades de nuestro río Martín, diré que tenía unas cuantas detracciones por el sistema de tajaderas y de azudes para regar huertos en todo su recorrido, otras dos para las centrales eléctricas y una más para el molino de trigo. Las detracciones para las centrales y para el molino eran lógicamente solo transitorias, puesto que el agua utilizada era devuelta íntegramente al río a no mucha distancia del azud de captación, una vez realizado su energético cometido.

Una de las acequias servía para abastecer a la “central del Cubo” que llamábamos así, porque en la instalación hay un depósito que se utilizaba de reserva para compensar las oscilaciones del caudal de la acequia, que tenía planta cuadrada, suelo inclinado y unos doscientos metros cúbicos de capacidad.

Lo curioso de esta acequia es que tenía un uso compartido entre la central y los regantes y, hasta donde yo tengo noticias, se podía regar sin limitaciones. En estas condiciones debía de tener la central alguna dificultad de abastecimiento de agua a pesar del depósito de reserva, lo cual, unido a que una vez se llenaron de barro las tuberías anterior y posterior a las turbinas y durante las operaciones de limpieza murieron accidentalmente dos hombres (como he dicho anteriormente), debió de decidir a los propietarios (que eran los mismos que los de todas las centrales del río), al cierre definitivo de la del Cubo.

La acequia se siguió usando para sus otras aplicaciones. Una de ellas muy popular fue la de lavadero, porque era cómoda de utilizar tanto por la calidad de las zonas de cemento, como por el nivel y caudal del agua y, finalmente, por la existencia de varias higueras en la zona, en cuyas ramas se secaban muy ecológicamente las ropas una vez lavadas.

Mientras nuestras madres lavaban la ropa, nos dedicábamos a hacer continuas prácticas circenses en aquellas estructuras de cemento, a pesar de que ello suponía un cierto riesgo, sin que nadie nos pusiera cortapisas, porque, al menos así, estábamos entretenidos.

No puedo terminar sin citar una observación curiosa que me hizo mi padre un día que pasábamos por la orilla del río algo más abajo del puente colgante. Señalándome una roca suelta bastante grande que había en el centro del cauce sometida a una fuerte corriente, me dijo que aquella roca, lenta pero continuamente, iba subiendo río arriba, es decir en sentido contrario al del agua. En principio me pareció una broma, pero me lo dijo tan serio y tengo tal fe en la capacidad de observación de las gentes del pueblo, que lo creí y pensé que quizá en determinadas condiciones se socavaba la base de apoyo de la roca en la parte de ataque del agua y ello producía su giro en sentido ascendente. Me quedé con las ganas de dedicarle tiempo y medidas a la hipótesis para ver si podía confirmar la paradoja que me indicaba mi padre. La cuestión ha quedado ahí, pero, si fuera cierta la observación, podría generalizarse la teoría y establecer que las rocas de los ríos, en ciertos casos, unas suben y otras bajan, lo cual sería a mi entender un descubrimiento sorprendente y, por tanto, un detalle más del conocimiento de nuestro entorno.

El tema de cómo era este río a su paso por el término de Ariño en mi juventud, ha quedado reflejado a grandes rasgos en este y en mi anterior escrito. Por desgracia, el paso de los años no ha mantenido al río tal como era, ni mucho menos mejorado, sino todo lo contrario.

En mi próximo escrito, que es una comunicación que hice con motivo de la elaboración de un nuevo Plan Hidrológico del río Martín, que realizó la Confederación Hidrográfica del Ebro en el año 2008, describo la situación en aquel momento, que en líneas generales es la misma que en la actualidad; es decir que, a pesar de aquel bienintencionado intento de mejora, no se han logrado, por ahora, los objetivos previstos en él.



martes, 16 de octubre de 2012

El río Martín (I)



Los Pilones


Ariño tiene dos ríos que confluyen no lejos del pueblo: son el Martín y el Escuriza (llamado, el segundo, en Ariño, río Ariño). El más caudaloso es el Martín, que prácticamente nace en el pueblo de ese mismo nombre y tiene en su curso, en Oliete, un pantano que se conoce como “de la cueva foradada”.

Este río entra en el término de Ariño poco después de la zona de la sima de san Pedro y del “torrejón de los moros” y sigue por unas zonas de huertos llamadas el Batán y el “cerrao del inglés”. Me parece muy curioso este nombre, dado que la relación inglesa de Ariño era inexistente por completo en aquella época.

El río continúa cruzando un buen trecho del término de Ariño hasta internarse en el de Albalate del Arzobispo, a la altura de las huertas de la Virgen de Arcos, muy cerca ya de un lugar precioso, con varias edificaciones, que también se llama “el Batán”. Así que nuestro río va, en Ariño, de Batán a Batán, más o menos.

Al menos hasta 1970 fue bastante caudaloso; tanto es así que por donde tuviera una anchura de menos de cinco metros ya resultaba difícil de cruzarlo a pie.

En la época indicada, el agua era limpia, hasta tal punto que se la podía beber sin ningún problema. Incluso se veía a la gente llenando cántaras por la mañana en el trozo de acequia descubierta que había en un extremo del “puente Viejo”.

Las aportaciones de agua cercanas a nuestro pueblo se producen de forma continua en “los Baños” y son muy importantes, ya que, aparte del manantial visible, que es considerable, en toda esa zona el suelo es también un puro manantial. Tiene otras dos, de menor entidad, que son la del propio río Ariño y la del Regatillo de Alacón, en el término de Oliete.

Este río tiene un amplio cauce, porque sus avenidas eran muy fuertes y arrastraban a todo lo que las interfiriera, incluidos algunos huertos, porque se daba la circunstancia de que, cuando pasaban varios años con el río más o menos tranquilo, siempre había algún vecino que tenía la ocurrencia de hacerse un huerto en la rambla, y a la postre las riadas terminaban arrasándolo. Se solía decir que el río, antes o después, “sacaba a relucir sus escrituras de propiedad” y recuperaba todas sus pertenencias.

Aparte de las avenidas naturales como consecuencia de grandes tormentas de verano, el río tenía asegurada una avenida producida por la operación de vaciado del pantano, para limpieza de su fondo. El agua entonces pasaba a ser barro puro (tarquín) y en aquel barro iban mezclados los barbos, algunos de ellos de gran tamaño. En estas ocasiones, muchos de ellos acudían medio asfixiados a los manantiales de “los Baños”; así que allí era donde mejor se pescaban. La gente los cogía también en otros sitios, porque para los barbos aquel vaciado era un desastre y bajaban totalmente descontrolados. El río olía fuertemente a barro y después de aquello las ramblas se quedaban muy limpias de hierbas y de arbustos, pero completamente llenas de barro maloliente por todas partes. El caso es que, por la acción del sol y de alguna que otra tormenta, al cabo de poco tiempo volvían a estar como nuevas, de forma que con la operación de vaciado del pantano se limpiaban a la vez pantano y cauce del río; eso sí, la fauna piscícola salía muy malparada, pero al cabo de un año ya estaba todo lleno de peces y de cangrejos, como si nada hubiera pasado.

La existencia de zonas rocosas que originan su cambio de dirección y el paso de los años, han dado lugar a un cauce muy quebrado y de cierta profundidad con relación al entorno, con pozos que aparecen y desaparecen, ya que están sometidos a un proceso alternativo de excavación-relleno a cargo del agua y de los arrastres.

Los pozos más populares e importantes son el de Los Pilones, que es el más cercano al puente Viejo, el de Lorén no lejos del Ciprés, el del Infierno que se ve enfrente del Cubo, el de la cueva de la Marta que está muy cerca de la carretera antes de llegar a los Baños, el del Molino que se forma en una roca que hay en medio del río muy próxima al antiguo molino de trigo, el de la Central y no muchos más de cierta importancia.

Cuando éramos chavales nos bañábamos sobre todo en el de “los Pilones” que es el que teníamos más cerca y era el más divertido. Este pozo se produce al llegar el agua velozmente a dos pilares rectangulares de mampostería, que miden unos diez metros cuadrados de planta el más próximo al pueblo y  unos seis el siguiente. La distancia desde la parte superior del más alto de estos hasta la superficie del agua, viene a ser de algo más de tres metros.

No he conocido a nadie que se preguntara qué pintan estos pilones allí (en realidad son tres, dos en el agua y otro fuera). Es fácil suponer que en algún momento debían de ser parte del único puente que tendría el río, pero la pregunta es obligada: ¿Qué antigüedad tiene este puente? Aquí aparece uno más de los interrogantes que solo podrán intentar explicar los expertos en arqueología.

El caso es que dichos pilones nos servían de trampolín a multitud de chavales que nos bañábamos en aquel pozo, generalmente sin permiso paterno, con indumentaria variada: calzoncillos, taparrabos (así llamábamos entonces a los bañadores) y en algunos casos (generalmente los niños más pequeños) con la ropa con la que llegamos a este mundo.

El pozo Lorén también era bonito y apropiado para bañarse, pero para llegar a él había que caminar un buen rato río arriba. En este el agua daba contra una lastra inclinada y en todo él había mucha sombra proporcionada por los chopos muy próximos al río. Esta frescura en verano compensaba en cierta medida la incomodidad de la mayor distancia desde el pueblo, pero, aun así, estaba siempre menos concurrido; por ejemplo cuando en “los Pilones” podías encontrar de cinco a diez chicos, en “el Lorén” podía haber dos o tres, o quizá ninguno.

En este pozo había algunas ramas parecidas a lianas, que colgaban de los árboles de las orillas. Te podías coger de una y en el penduleo llegar de lado a lado del río. Tengo un amigo que cuando éramos mozalbetes de unos dieciocho años, un domingo, después de bañarnos, vestirnos y peinarnos cuidadosamente para ir bien elegantes al cine, tuvo la ocurrencia de hacer un último viaje en una de aquellas lianas y en el recorrido de ida, cuando pasaba por encima del río, se le rompió y aún me parece verlo nadando vestido y calzado en aquel pozo, con gran y censurable regocijo de los espectadores.

A pesar del importante caudal y del número e inexperiencia de los bañistas, se ha producido solamente, que yo sepa, un accidente mortal por ahogamiento de un chico que no había nacido en Ariño. Seguramente por desconocimiento del río, se bañó en el pozo de los Infiernos, que es bastante peligroso. Casualmente está enfrente del Cubo, donde también habían muerto asfixiados en el barro, dos hombres que estaban desatascando las tuberías de las turbinas de la central, cuando ya se hallaban muy cerca de la salida y por tanto de la salvación. Estas fueron represalias del río y del barro, que aún hoy llenan de tristeza a las familias que sufrieron estas desgracias y a todo el pueblo cuando las recuerda.





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