jueves, 13 de octubre de 2011

Tres valientes

Cuando yo tenía unos diez años, me llegó la noticia, no recuerdo de dónde, de que se había convocado un concurso infantil de jotas, para intervenir, con la rondalla de Ariño, en el teatro/cine de SAMCA como grupo jotero, junto con otras variadas actuaciones que tendrían lugar en dicho local en el mismo día.

Aunque nunca he sido ni siquiera un mediano cantador, me encontré apuntado a dicho concurso, quizá por consejo de alguien, aunque también pudo ser por iniciativa propia, ya que de pequeño yo era algo" echadico pa´lante".

La convocatoria no tuvo mucho éxito ya que solo nos apuntamos tres chavales, todos de igual o parecida edad. Los otros dos eran: Antonio Novella hermano de Isaac el seminarista, y Alberto que era el hijo de una familia procedente de Navarra. Su padre era chófer de TRAMISA y a su madre la llamaban la señora del batín porque salía con él puesto por las cercanías de su casa.

A pesar de la escasa participación, se siguió adelante con el proyecto, y se organizaron unas sesiones de prácticas con una rondalla reducida constituida por Aurelio Gea y dos tañedores más. Todo esto en la carpintería de Aurelio, persona siempre dispuesta a colaborar con entusiasmo, generosidad y competencia, en cualquier actividad artística que se organizase en el pueblo.

Ensayábamos una jota cada uno de los participantes, que la habíamos elegido aconsejados por el más o menos acertado criterio de alguna persona de nuestro entorno.

La de Alberto era:

En los montes de Navarra

tengo plantada una flor.

Si el viento la bambolea,

hasta aquí llega el olor.

La de Antonio decía:

Por la calle abajo va

una cordera sin madre.

Si no me la quita Dios,

no me la quitará nadie.

Y la mía es la siguiente, muy conocida actualmente:

Cuando la jota se oye de noche en la calle,

al que es baturro de pronto le hace despertar;

porque la jota ha sido y será siempre noble,

la más valiente baturra guerrera y leal.

Ya vemos que la primera estaba motivada por la añoranza de la familia de Alberto. La segunda tiene cierto confusionismo en su letra ya que el hecho de que una cordera no tenga madre no significa que no tenga dueño. Y la mía la adopté porque le gustaba a mi padre y se la había oído cantar muchas veces.

Yo veía que aquella jota me venía grande, y aunque ello me ocasionaba cierto malestar próximo al miedo, lo vencía; lo cual, visto con mi criterio actual, me hace pensar que, de pequeño, aunque yo mismo no lo supiera, era todo un valiente. Veía también que mis competidores tenían mejor voz, pero con todo, seguía adelante con mi jota, erre que erre.

Después de un par de semanas de ensayos diarios para aprender en lo posible el estilo, acertar el tono y seguir el compás con la rondalla, ya que en principio no teníamos ni idea, llegó el día de la actuación, para la que saldríamos al escenario, tañedores y cantadores, vestidos de paisano ya que entonces solo llevaban ciertas prendas de baturro en Ariño, el tío Lino, mi abuelo Domingo, el tío Magones y pocos más.

Todas aquellas prendas de los abuelos eran en su mayoría de color negro y, por supuesto, sin los floreados que se ven en las actuales, que siempre me hacen pensar que estas siguen un criterio que no refleja la austeridad que imperaba en aquella época, especialmente en los hombres. (Indagando en esta cuestión me dicen que en los pueblos en los que había familias muy ricas, sí que utilizaban algunos hombres vestimentas más sofisticadas que las que nosotros veíamos en Ariño).

Las mujeres tenían costumbres menos austeras en el vestir y de hecho he visto alguna fotografía de mi madre y de varias de sus amigas, que lucían vistosos y floridos mantones en algunas fiestas, cuando eran unas mocicas.

Volviendo a nuestro grupo jotero, cuando ya estábamos preparados en la antesala del teatro esperando a que nos llamaran para la actuación, nos llegó la noticia de que no íbamos a actuar, sin explicarnos concretamente la causa de la alteración del programa.

Yo, en mi fuero interno me alegré del cambio de planes porque, como ya he indicado, la actuación me producía cierto temor; sin embargo no dejo de reconocer que, después de tanto ensayo, aquello fue algo que nos dejó totalmente perplejos. No nos dieron una explicación clara de los motivos, pero nos imaginamos que no ajustaron bien los tiempos y por esta razón nosotros nos quedamos marginados. También pudo ser un problema de falta de coordinación debida a que alguien no recordara que nosotros nos habíamos preparado para actuar… ¡Cualquiera sabe!

De todos modos algún interrogante quedó sin respuesta en nuestros tiernos cerebros, ya que lo sucedido en aquella ocasión siempre lo he recordado con cierta sensación de haber recibido un trato incoherente con el encomiable esfuerzo que todo aquel grupo de tañedores y aspirantes a joteros habíamos realizado durante dos semanas.

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