lunes, 30 de mayo de 2011

Teatro de aficionados

Mosén José Fuster, sacerdote que muchos conocisteis y otros lo vais conociendo por los comentarios que con frecuencia hago de él, fue párroco de Ariño durante muchos años, y su juventud, formación y carácter, hicieron que realizase muchas veces interesantes actividades inéditas, especialmente destinadas a los jóvenes, con los que sintonizaba especialmente.

En varias ocasiones organizó sesiones de teatro en el entonces hermoso salón de cine-teatro-baile, de Samca, siempre con artistas locales de todas las edades. Allí han actuado conmigo amigos míos de mi edad, personas mayores ya fallecidas y chavalicos que hoy peinan canas. Los ensayos, que duraban a veces más de un mes, eran ocasión excelente para convivir y disfrutar de una distracción común numerosas personas y dar un poco de vidilla a las contadas actividades culturales de nuestro pueblo.

La obra solía representarse una o dos veces y siempre el salón se llenaba a rebosar. En alguna ocasión he calculado que en aquel local cabrían unas quinientas personas; así que descontando de los habitantes de Ariño a los de muy corta edad, a los ancianos y a los enfermos, podríamos decir que allí estaba todo el pueblo, lo cual era debido en parte a que se trataba de un acontecimiento poco frecuente, en parte también a que acudían todos los familiares de los artistas y me malicio que a una razón de peso que es la de que la entrada era libre, sin coste alguno para los espectadores.

Supongo que a mosén José sí que debía de representarle unos desembolsos, porque algunas veces los vestuarios eran alquilados y más de un viaje debió de hacer a Zaragoza sin dietas ni subvenciones. No sé si Samca, que cedía encantada el local, no colaboraría también con alguna aportación económica que no se publicaba, pues estas cosas no solían trascender, según correspondía a las normas de la sana y generosa colaboración de aquellos tiempos.

Las obras de teatro, con estas premisas tenían el éxito garantizado y a la salida y al día siguiente todo eran comentarios y felicitaciones.

Mosén José tenía la costumbre, mientras se cambiaba el decorado y para no hacer esperar demasiado tiempo a tanta gente, de intercalar, de vez en cuando, alguna poesía entre los actos, lo que motivó que a mí (y no fui el único), me tocó recitar en varias ocasiones en aquel intervalo.

Escribo a continuación una de las poesías que me proporcionó el mosén y que muchas veces he pensado que era muy alusiva a alguna necesidad perentoria que debía de haber con el mantenimiento del edificio de la iglesia, lo que entonces era un problema porque estas cosas se costeaban con los dineros de los feligreses, alguna modesta aportación del Ayuntamiento y alguna ayuda de Samca.

A nadie se le ocurría pensar que el Estado diera, así como así, subvenciones importantes a diestro y siniestro a costa de los tributos ciudadanos, los cuales eran, dicho sea de paso muy pequeños, y así y todo, difíciles de reunir.

Después de todas estas puntualizaciones voy, sin más demora, a la poesía anunciada, que por cierto no tenía título, pero decía lo siguiente:

Si alguna vez en la vida
tenéis que pedir parné,
la respuesta ya es sabida:
"Et quare conturbas me".

Yo a un francés pedí dinero,
y al punto, sin más ni más,
me contestó el embustero:
"Monsieur, je ne comprends pas".

A un italiano fullero,
fui después, segunda bola:
"Signore, io sono extraniero:
non capisco una parola".

Renegando de esta gente,
fuíme a pedir a un inglés,
que contestó secamente:
"It is very cocky … yes".

A un español fui también
y al preguntarle "¿qué tal?",
me dijo:"De salud bien,
pero de guita muy mal".

Bien empleado me está,
pues me sé de carrerilla,
que hasta al reloj cuando da,
le tiembla la manecilla.

La poesía era, como vemos, una queja sobre lo difícil que es obtener dinero altruistamente y además, las respuestas eran generalizables a muchos de los países que podríamos calificar de más adinerados.

De todas las poesías que en mi vida he dicho esta es de las que menos han entendido mis oyentes, porque no todo el mundo sabía (ni yo tampoco), además de español, latín, francés, italiano e inglés, para poder entender lo que les estaba recitando y además, el concepto de recriminación que se hacía ni siquiera a mí me parecía oportuno, porque era una queja demasiado directa y agresiva, e incluso ofensiva en algunos momentos.

Ni siquiera sé cómo después del paso de tantos años todavía la recuerdo. Debe de ser porque de pequeños aprendemos las cosas aun sin darnos cuenta, aunque tengan cierto nivel de dificultad.

jueves, 26 de mayo de 2011

Mayo, el mes de María

Ahora mayo, para el común de los mortales, es un mes cualquiera, con la particularidad, generalmente asumida por todos, de que dentro de poco no aparecerán de improviso heladas, nevadas, ni meteoros intempestivos, pues todo el mundo sabe que hasta el cuarenta de mayo no se quita el golfo el sayo, lo cual, entre otras cosas, es indicativo de que los golfos no son tontos y saben protegerse, razonablemente bien, de las inclemencias atmosféricas.

Hubo una época en Ariño, cuando aún teníamos cura (ahora parece que ya somos incurables), en que el mes de mayo era especial porque se había reservado para agasajar a la Virgen María y de hecho lo llamábamos el mes de María y también el mes de las flores, porque le llevábamos las más bonitas que encontrábamos (Acordaos de aquella canción de "Venid y vamos todos con flores a María…").

Los escolares y nuestros maestros participábamos de aquel ambiente y una tarde por semana (creo), en perfectas filas, los chicos encabezados por sus maestros y las chicas por sus maestras, a una prudencial distancia entre filas (sabido era que el hecho de estar chicos y chicas próximos era, sin más averiguaciones, seguramente pecaminoso). Y aunque no lo fuera, en aquella tierna infancia nuestros inocentes ojos se giraban demasiado hacia las chicas cuando íbamos en fila, y a alguna en particular con más intensidad o frecuencia, si Cupido había hecho uso de sus prodigiosas flechas. Todo esto dentro de lo que podemos llamar inocentes sentimientos platónicos infantiles.

Dentro de la iglesia a los chicos nos situaban en la parte del Evangelio y a las chicas en el lado de la Epístola, es decir a izquierda y derecha respectivamente, según se accede al interior. Allí rezábamos y cantábamos en voz alta, e incluso algunas chicas eran designadas por sus maestras, de acuerdo con el sacerdote, para ofrecer, cruzando el altar de parte a parte, flores a la Santísima Virgen y poesías cortitas y bien aprendidas, que generalmente se recitaban a toda velocidad por causa de la timidez y del agobio de recitar con la iglesia llena de gente. Muchas veces, por causa de esta situación emocional de la improvisada poetisa (y de la ausencia de megafonía), apenas oíamos lo que se estaba recitando.

Por aquel tiempo aterrizó por Ariño mosén José Fuster (q.e.p.d.), sacerdote que dejó en muchas personas del pueblo muy buen recuerdo, porque a su desenfado e ironía propias de su especial forma de ser y de una moderna formación sacerdotal, unía una encomiable voluntad de ayuda a cualquiera que lo necesitase, lo cual le hacía ser persona muy querida por muchos, entre los que me incluyo.

Una de las rupturas con las prácticas tradicionales consistió en decirles a los maestros que en aquellas actividades poético-religiosas del mes de mayo tenían que participar también los varones. Así que de inmediato (junto con algún que otro compañero) me tocó la china de aprenderme una poesía y dejar a los pies de la Virgen la correspondiente ofrenda floral.

Repito que por aquel entonces esto se consideraba labor de chicas y el pasar a ponernos en su mismo lugar nos producía un rubor más que mediano; sin embargo las órdenes de los maestros eran inapelables, así que tuve que salir hasta el lado de la Virgen y decir la siguiente poesía:

Aquí tenéis, Virgen mía,
un manojo de romero.
Es una planta que luce
su ropaje siempre fresco,
aunque la helada la hostigue
y la combatan los vientos.
Por eso, por ser así,
es el símbolo perfecto
de una virtud sin la cual
pierden las otras su precio.
Se llama perseverancia,
y esta hermosa virtud quiero
que brille siempre en mis obras,
pues de esta suerte pretendo
ser digno de que me mires
con cariñoso respeto:
Que me hagas feliz aquí,
y más feliz en el Cielo.

Dejé mi ramo de romero a los pies de Nuestra Señora y me retiré, como pude, hasta mi sitio en los bancos, con mi corazoncico a punto de explotar.

Sin saberlo entonces, la perseverancia que de boquilla le pedí a la Virgen reconozco que me fue concedida. Lo de la felicidad aquí, era pedir demasiado, pero también me asignó un alto porcentaje y lo del Cielo ya se verá (Dios quiera que dentro de bastantes años), aunque tengo la esperanza, cada vez más arraigada, de que Nuestro Padre está deseando que no tengamos problemas en este aspecto y además nos da el recurso de arreglar nuestras deudas cuando alguna vez, sin muy mala intención, sacamos, un poco, los pies del tiesto.

Y para terminar, confieso que estoy deseando llevar este mes de mayo, después de tantos años, un ramico de romero a los pies de Nuestra Madre y estoy seguro de que en sus labios voy a adivinar una dulce sonrisa, cuando recuerde a aquel chavalín que, de pequeño, puso también a sus pies, sin saber entonces muy bien lo que hacía, un manojo de romero.
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