lunes, 25 de octubre de 2010

In memóriam

Mi amigo Vicente Omedas

El pasado diecinueve se nos fue “del todo” Vicente. Hace tiempo que, cuando le íbamos a ver, no sabíamos muy bien si aún estábamos con él, o quizá él ya no estaba con nosotros. Su avanzada enfermedad de Parkinson, hizo que, finalmente, el ir a verle supusiera para el visitante y, hasta puede que para él mismo, una situación tremendamente angustiosa.

El día veinte, acompañado por sus familiares y por sus muchos amigos, después de una misa funeral, se procedió a su enterramiento en el cementerio de Ariño.

Durante el entierro me extrañó no sentir tristeza a pesar de que él y yo éramos muy amigos, y yo una persona fácilmente emocionable. Sentí, en cambio, una sensación de paz próxima a la alegría, que me produjo una sensación muy extraña.

Al día siguiente supe el motivo: se había acabado aquella angustiosa situación que he indicado, y estaba claro que Vicente gozaba por fin de la paz que merecía. Sin duda estaba ya en el cielo, después del purgatorio que supuso para él y para sus allegados su larga y penosa enfermedad contra la que, con su valentía e inteligencia habituales, había luchado denodadamente a pesar de intuir que se trataba de una batalla perdida de antemano.

En soledad, mis ojos han vertido incontables e incontenibles lágrimas por la pérdida de un amigo muy especial. Mi fe no ha sido suficiente para pensar que, si mis méritos son parecidos a los suyos, algún día volveremos a juntarnos de nuevo y a abrazarnos posiblemente en las cereceras, con nuestro común y añorado amigo Gregorio. Por causa de mi limitada fe, no he podido tener ese consuelo.

En este escrito en memoria de Vicente no puedo evitar la manifestación de mi pena, pero realmente lo que pretendo es destacar algunos rasgos de su forma de ser ya que, aunque él era sobradamente conocido en Ariño, la circunstancia de haber convivido durante muchísimos años como compañeros de trabajo, me permitió ser un testigo especial de sus muchos y especiales valores.

Estuvimos en la misma empresa (DATSA) trabajando en temas muy próximos durante veinte años; hicimos muchos viajes juntos, y nos propusimos infinidad de objetivos comunes; sin embargo nunca tuvimos el más pequeño roce, porque su inteligencia, su rapidez de reflejos, su competencia y su generosidad hacían la convivencia con él sumamente fácil y porque, además, poseía una rara mezcla de inteligencia e intuición que daban un alto valor a sus consejos, que siempre eran acertados, bienintencionados y generosos.

Además de nuestra coincidencia en las labores empresariales, tuvimos la suerte de disfrutar de las mismas aficiones y era muy frecuente juntarnos las familias los fines de semana en el campo o en el río, para divertirnos con las múltiples, sencillas y hermosas actividades que nos brinda la naturaleza.

Superando la tentación de extenderme en temas particulares, hay que decir que Vicente tiene muchos amigos, y era una de esas personas (lo que también le sucede a su hermano Manolo) que nos hacen sentir a cada uno como si fuéramos su mejor amigo, cualidad que no es frecuente, y está motivada porque, efectivamente, ellos saben ser muy amigos de todos.

En Ariño pocas personas habrá que hayan puesto, como él, constantemente a disposición de los demás sus recursos y posibilidades ¡Cuántos viajes habrán hecho los sucesivos coches de Vicente a Zaragoza para resolver cualquier necesidad de los demás si se percataba de que era necesario!

Sus amigos eran tantos que raro era el entierro en Ariño de alguien con el que no se sintiera vinculado y siempre hacía todos los esfuerzos posibles para acompañar al difunto y a la familia viajando ex profeso una y otra vez desde Zaragoza.

Ni que decir tiene que para su familia más próxima era un ejemplo de ayuda incansable y siempre disponible, como todos muy bien sabemos.

Al final él también necesitó la ayuda de los demás y por supuesto que la tuvo, constantemente, con amor y ternura inagotables, especialmente de sus personas más allegadas.

A mí me queda la sensación de que una persona como él merecía como nadie una muerte fácil y hasta placentera si ello no fuera una paradoja; pero me dijo una vez alguien muy acertadamente, que Dios tiene varas de medir que nosotros no entendemos.

De lo que no me cabe la menor duda es de el Señor le ha reservado un lugar destacado muy cerca de Él, con sus seres queridos, desde donde hará llegar en primer lugar a su Manuela, y también a toda su familia y a sus amigos, el consuelo que todos necesitamos.

Tengo la impresión de haberme dejado de decir de Vicente infinidad de cosas. Perdonadme, pero su vida fue tan plena, que para intentar escribir algo más que unos apuntes, habría que escribir sobre él todo un libro.

Lo que sí que quiero dejar claro es que para todas las personas que lo conocimos fue una ayuda, una vida magnífica, de las que son ejemplo permanente, y para Ariño un hombre eminente, noble, valiente honrado y generoso, cuya desaparición supone una importante pérdida y deja, con su fallecimiento, un recuerdo imborrable.
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